Abres Instagram. O cualquier otra de esas redes sociales que nos han colocado ante un mundo nuevo para expresarnos, comunicarnos y relacionarnos. Y entras en un inmenso espacio de reproducción de roles estereotipados de feminidad y masculinidad que justifican la desigualdad de género y las prácticas sexistas de comportamiento. Sigues mirando un poco más. Y entonces compruebas que las mujeres, y más cuanto más jóvenes son, actúan conforme a la regla de que más valen cuanta más intimidad personal, de su cuerpo en sí, exponen ante la mirada desconocida e indiscreta que pueda darles un like. A medida que avanza la edad y la experiencia, disminuye en nosotras la influencia de los roles sexistas. Pero entonces, ¿en qué estamos fallando como sociedad en la educación en igualdad de género de nuestra juventud? ¿Quién falla en esa indiferencia de los adolescentes ante el lenguaje sexista? ¿Y tiene arreglo?
Mi hipótesis, pero admito contra réplicas, es que el fallo está en el núcleo de nuestra sociedad. En casa, en los medios de comunicación, en las series y contenidos audiovisuales con los que nuestros jóvenes entran en contacto con el mundo en el que tienen que vivir. “Si no te dicen que eres guapa, no existes”. Así te lo resume cualquier niña que haya entrado ya en los 12 o 13 años. No necesitan más edad para que esta manera de entender la vida haya empezado a calar en su conciencia.
Y si seguimos tirando del hilo podremos llegar a la conclusión de que al final el problema está en esa estructura superior que nos dirige conforme a intereses publicitarios, comerciales y económicos. ¿Qué es lo que hace, si no, que en pleno siglo XXI una niña entienda que la mejor manera de ejercer su libertad y de demostrar que es dueña de su cuerpo es mercantilizarlo en actitudes sexistas a través de una red social? Si te sientas un día con tus hijos mientras manejan un videojuego compruebas que los roles femeninos son secundarios, y si le toca en suerte a una mujer ser la protagonista, es para ser una bomba explosiva y sexy como Lara Croft.
Mi hipótesis, pero admito contra réplicas, es que el fallo está en el núcleo de nuestra sociedad. En casa, en los medios de comunicación, en las series y contenidos audiovisuales con los que nuestros jóvenes entran en contacto con el mundo en el que tienen que vivir
Las miradas a las políticas de igualdad de género hay que empezar a echarlas de abajo hacia arriba. Desde lo más cotidiano, lo que nos rodea en casa y donde todavía tenemos algo de margen para interactuar con ello e intentar transformarlo. El feminismo de pancarta, el feminismo ideológico, aquel que entrega carnets a las mujeres, según se adapten a sus etiquetas, no sirve para cambiar el origen del problema. Esta realidad con la que crecen nuestras niñas y nuestros niños no se cambia sólo con leyes ni con manifestaciones con más pulso partidista que de lucha real por la igualdad entre el hombre y la mujer. Necesitan primero una reeducación del sistema que termine con la banalización de un principio tan básico como el de la protección de nuestra intimidad.
La exposición en las redes sociales afecta sobre todo al colectivo femenino. Son ellas las que se sienten más víctimas y son ellos los que reconocen utilizarlas más para acosarlas a ellas. Pero la solución no creo que pase por entender que ellas tienen que ser más víctimas, como ha sido siempre la tradición, ni tampoco educarlas para que entiendan que su empoderamiento se mide por la cantidad de cuerpo que enseñan en una foto en Instagram. Tiene mal arreglo, lo sé, porque lo que parece que vamos mejorando por una parte se nos descose por otra. Habrá que apostarlo todo a confiar en que entendamos que el camino hacia la igualdad de género pasa por la adolescencia.
Carmen Morodo