La reducción de aforos en los teatros y auditorios es una medida teóricamente indiferente para el público, pero no será lo mismo para los intérpretes.
La pandemia del Covid-19 ha silenciado la música clásica dejando tras de sí un panorama desolador por algún tiempo. El golpe del cierre durante los meses de febrero en adelante ha cogido al sector desprevenido, como a todos, y cuando se alza el confinamiento cada pieza del ajedrez de los sectores ha ido cayendo y la gente empieza a preocuparse solamente de lo suyo en la convicción de que el peligro general ha pasado y ahora toca concentrarse en qué hacer con las ruinas de lo que el virus ha dejado.
Como no soy médico ni epidemiólogo no puedo aventurar cuánto tiempo durará la vida activa de este virus para el que sin duda la ciencia encontrará un remedio eficaz y una vacuna adecuada que nos permita vivir en sociedad con relativa tranquilidad, pero mientras tanto la situación de la música clásica en todo el mundo tardará en remontar para verla tal y como la hemos vivido o se tendrá que reinventar.
Para empezar, las auditorios, salas de concierto y cámara y teatros de la ópera no pueden abrir por culpa del aforo. Lo que se está planificando para no morir asfixiado es abrirlos con aforo reducido, supresión de los descansos, ausencia de refrigerios y asistencia con miedo y mascarillas. Es para el público que asista teóricamente indiferente pues algo escuchará en directo pero no será igual para los intérpretes. Si se trata de un recital el intérprete se encuentra, como los futbolistas sin público, extraño pues intuye en su interior que su éxito y fama se reducen en la proporción del aforo aunque seguramente sepa que va a cobrar como si el auditorio estuviera lleno. Si se trata de grupos orquestales o corales la cosa cambia para ellos pues no se guardan las distancias y ahí empieza a pesar el peligro del contagio de un virus que ronda por doquier. El verano ha aliviado este peligro cuando se ha actuado al aire libre. Pero el problema de fondo no es ese pues hay medios audiovisuales que retransmiten los espectáculos. Al cabal intérprete no le es indiferente porque cuando se sienta al piano, por ejemplo, necesita oír el silencio del público que no tiene nada que ver con permanecer callado o mudo. En esos instantes en que el público deja de parlotear entre sí y se prepara para escuchar, se produce en silencio expectante, activo imprescindible para que la música pueda comenzar a fluir, una conexión total, como si fuera con la antena de una radio, que le llega al ejecutante y le es vital para comenzar. Esto que digo se puede comprobar en miles de ocasiones en que se espera a que todo esté en silencio para que un director levante la batuta y la orquesta haga sonar los primeros compases. Sin ese silencio previo no irían las cosas bien.
“No puedo aventurar cuánto tiempo durará la vida activa de este virus, pero mientras tanto la situación de la música clásica en todo el mundo tardará en remontar para verla tal y como la hemos vivido o se tendrá que reinventar”
Pues este solo reflejo de lo que nos va a pasar valdría para el desánimo de todo el sector. Y no es solo, sino la incertidumbre de un futuro que depende de una programación por adelantado y que puede quebrar la vida de los aforos. Nótese que los cantantes directores y solistas tienen contratos con uno dos o tres cuando no más años de antelación y dada la globalización, se les puede esperar en todas partes del mundo. Cuando creemos que el virus ya no está en China (dicen) y se puede programar en Pekín, ¿quién te asegura que no rebrota para cuando se vaya a celebrar el concierto o la representación de la ópera?
Es la ruina con toda razón dicen. También la de los toros, deportes y cualquier actividad social en grupo. Por eso hay que tener confianza de que se podrá realizar pronto y no ponerse nerviosos. La música volverá, hasta entonces es mejor que esté callada a no que grite desaforadamente para que la oigan más porque los humanos tenemos límites. Mientras tanto recomiendo el recogimiento activo e intentar buscar por los canales de internet, remover las hemerotecas discográficas y encontrar alguna grabación de la Música callada de Federico Mompou (del que Markevitch decía que era el mejor compositor español del siglo pasado al que curiosamente pocos prestaban atención) y en silencio poder escuchar la maravilla de esos pentagramas ante los que se detiene el tiempo y te hacen pensar cómo será la eternidad.
P.D.: No escribo de los padecimientos del mundo de la música, las cancelaciones de los festivales de verano, la devolución de las entradas, de la nula contratación de viajes para el extranjero y merma de las agencias y, sobre todo, no quiero olvidarme del paro que pueda producir este estragón en el sector. Eso ya está en los periódicos y es el pan nuestro de cada día sin gobiernos que le dediquen alguna atención y acudan en su ayuda aunque la mayor parte de espectáculos sean públicos. Miraremos con lupa esos famosos presupuestos de la reconstrucción.
Javier Navarro