El autor hace balance de estos cuarenta años de música clásica y señala que nunca prosperó tanto como en este periodo de vigencia de nuestra Carta Magna.


Cuando el editor me transmitió la idea de escribir con motivo del 40 aniversario de nuestra Carta Magna sobre la evolución de la música llamémosla clásica en estos decenios, lo primero que me vino a la mente fue tirar de documentación para concretar con precisión lo ocurrido en este ámbito y ejercer de cronista. Pero en seguida me di cuenta que el esfuerzo era ingente y a medida que avanzaba desistí de la idea pues no podría concentrarse todo en un artículo. Por ello voy a escribir mi impresión de lo que han sido estos años de la música en nuestro país, apelando a la memoria y al recuerdo de un aficionado, que es lo que soy.

Antes que nada, quiero dedicar este artículo y un recuerdo emocionado a la figura de nuestra queridísima soprano Monserrat Caballé, que es para mí parte de la historia del bel canto del mundo entero ya de antes de promulgarse nuestra Constitución. Basta decir que fue única y que, sin creerse diva, fue la encarnación de la última de ellas. Sus representaciones permanecerán en mi mente como algo impagable e inolvidable. Su talla humana era increíble. Descanse en paz.

Su Majestad la Reina Doña Sofía, recibe el saludo del tenor Plácido Domingo.

En la época del franquismo, la poca o mucha música que existía en España no estuvo aquejada de los males de los designios políticos. En sí era apolítica y el régimen le dedicó ni más ni menos que lo que hizo con las artes y hablo desde los años sesenta hasta la muerte de Franco. El teatro, las corridas de toros, las bandas de música, la pintura (moderna), la escultura o las bellas artes en general fueron cultivados sin complejos en aquel régimen sin dejar de destinarse los recursos entonces disponibles si exceptuamos toda publicación que estuviera sometida a los dictados de la censura. Recuérdese que se debe a la visión de Manuel Fraga la creación al modo británico (pues fue embajador en Londres) de una orquesta sinfónica de la radio televisión pública, la única entonces que coexistía con la Orquesta Nacional de España compartiendo ambas la sala del Teatro Real que se remodeló en aquella época para ser sala de conciertos. La acústica del recinto era insuperable. Dudo que hoy sea mejor. Recuerdo a Sergiu Celebidache subirse a lo alto del anfiteatro y ordenar al primer violín un pianísimo para auscultar la audición. En general para un país subdesarrollado había carencias, pero se mantuvo el tipo. Madrid sobrevivió gracias a estas orquestas y al teatro de la Zarzuela, Barcelona ganaba la partida en todos los órdenes pues el Palau y el Liceo no dejaron nunca de ser la vanguardia del país en este orden de cosas. La enseñanza se impartía en los conservatorios alejada de la escuela. Bilbao y Oviedo mantenían como tímidas velas el fuego de sus temporadas de ópera y en el resto del territorio la música sinfónica se desarrollaba en un verdadero páramo, con las excepciones de las jornadas de música en Compostela o las escuelas de instrumentos de viento de las bandas de Valencia. En definitiva, donde hubo afición y dinero la música se cultivó, pero para una élite escasa de privilegiados del país.

“La divulgación ha sido mucha y los resultados en afición -aunque quede mucho por hacer- son cada día más crecientes”

TRANSFORMACIÓN DEL PANORAMA MUSICAL

La llegada de la Transición y la promulgación de nuestra Constitución, con la consiguiente democratización y descentralización de poderes pudo ser el embrión de una asignatura prácticamente olvidada. Los artífices de la misma y sus gobiernos efímeros -ocupados en otras cuestiones seguramente más urgentes- no se preocuparon lo suficiente hasta la llegada al poder del Partido Socialista. No lo sé con certeza, pero me imagino que la influencia de la devoción que nuestra Reina Doña Sofía profesaba a la música clásica fuera en parte artífice que la dedicación de aquellos gobiernos a transformar totalmente el panorama del mismo nivel nacional (mejor dicho, territorial o autonómico) pues ya no son las tierras de España las huérfanas de tal arte. Hoy lucen con orgullo orquestas en cada autonomía que desarrollan actividades durante todo el año, entidades financieras y fundaciones que organizan ciclos de todo tipo y en dos órdenes, el orquestal y el operístico hacen que nuestro país juegue a la música, no en segunda división sino en algunos aspectos en primera, con los países de nuestro entorno. La divulgación ha sido mucha y los resultados en afición- aunque quede mucho por hacer- son cada día más crecientes. Hay abonados en todos los ciclos y las retransmisiones, festivales, intercambio de solistas, acceso a conciertos y salas de ópera -que ya son variadas- han conseguido que nadie le parezca que su dinero cae en saco roto. Esto es lo más importante. Los gobiernos de Felipe González pusieron las bases de lo que es hoy nuestro panorama que ha continuado hasta nuestros días, aunque nuestra clase política se deja ver poco o muy poco en semejantes representaciones. Al final, qué más da si son los hechos los que permanecen. Lo difícil es mantenerlos y afortunadamente dejan un balance feliz. En este sentido nunca prosperó tanto la música como en este periodo de nuestra constitución de 1978 a la que le deseo larga vida en su aniversario.

Monserrat Caballé, Alfredo Kraus y José Carreras.

Sin embargo, a pesar del dinero, medios, recursos y esfuerzos que se han efectuado falta algo primordial: es la educación y enseñanza de la música en las aulas de nuestros hijos y nietos. Mientras que en cada pueblo y ciudad no se enseñe a amar, leer, cultivar el oído y aprender a escuchar la música clásica, mucho me temo que como en otros aspectos Internet se llevará por delante lo hasta ahora conseguido y voy -si se me permite- a transmitir una experiencia personal que puede ser anecdótica pero significativa. Recuerdo acudir por curiosidad a algún oficio de la iglesia protestante -cuando estuve un tiempo en Alemania para intentar que la lengua alemana se metiera en mis sesos- y el pastor decía en un momento determinado del oficio: “Id ahora a la página 122” por ejemplo. Al momento los asistentes abrían los misales situados en sus bancos con la partitura de lo que se iba a cantar y los fieles sin pensarlo mucho entraban a cantar a cuatro voces sin ningún problema. Aquel pueblo estaba situado en Westfalia al lado de Osnabruck con no más de unos dos mil habitantes. Si llegamos a eso, auguro que la música en España durará varias constituciones.

P.D. No puede olvidarse que lo mismo que no ha existido afición a la música, ha ocurrido en España el fenómeno del país que yermo de una costumbre es capaz de cosechar los mejores artistas del mundo en su género. La cita podría ser larga pero el mundo entero conoce los nombres de Domingo, Kraus, Carreras, Aragall, Lorengar, de los Ángeles o Caballé junto a solistas como Achucarro que hoy da lecciones en Estados Unidos.

Javier Navarro