Se preguntarán ustedes quién es, quién era, Mamá Tingó. Se llamaba Florinda Soriano Muñoz. Era una campesina dominicana que luchó por los derechos de los trabajadores del campo de su país y fue asesinada en 1974, en plena lucha por los desalojos injustificados de los campesinos de sus tierras. Y el nombre por el que era conocida, Mamá Tingó, lo ha asumido una asociación de campesinos de República Dominicana, de El Seybo, para reivindicar sus tierras, tierras de su propiedad, tierras de las que fueron desalojados en 2018 por un terrateniente que dice que son suyas. Y en ese desalojo, violento desalojo, murió un niño de 12 años, Carlitos Rojas Peguero. Varios campesinos resultaron heridos y otros pasaron varios meses en la cárcel.
En dos ocasiones, 2019 y 2022, peregrinaron desde El Seybo hasta la capital, Santo Domingo, hasta el Palacio Nacional, casi 200 kilómetros, a pie, para reivindicar lo que era suyo. Momentos duros, muy duros, y dificultades hasta llegar a las promesas, muchas promesas, pero todavía no tienen su tierra, aunque, parece, que tras esa intensa lucha empiezan a ver la luz al final del túnel. Entre ellos hay campesinos con más de 70 y 80 años que caminaron hasta Santo Domingo. Sienten el apoyo de mucha gente aunque el de los políticos les cuesta más. Y junto a ellos está la Iglesia, está el dominico Miguel Ángel Gullón, un misionero asturiano que lleva casi veinticinco años en República Dominicana. Saben que quien persevera gana.
Tuvieron que irse a otra tierra, pedir ayuda a familiares, amigos, conocidos, o a la Iglesia, que siempre está. Los misioneros nunca fallan. En estas situaciones la gente se une y puede salir adelante, con muchas dificultades, pero mal que bien, sale adelante. Cuando el Papa Francisco habla de las tres “T”, techo, tierra y trabajo, cuando habla del derecho de las personas a estas tres cosas, a tener un techo, una tierra y un trabajo, puede que desde aquí no se entienda muy bien. Pero cuando vas a otra parte del mundo y se ven estas situaciones se comprende perfectamente al Papa.
La seguridad jurídica garantiza al individuo, por parte del Estado, que sus bienes y sus derechos no sean violentados y si llega a producirse los tendrán asegurados por la sociedad, la protección y la reparación. En España lo tenemos garantizado, pero en otros lugares del mundo lo tienen mucho más complicado, como les ocurre a estos campesinos de El Seybo
Se preguntarán qué tiene qué ver esta “historia” en un número dedicado a la seguridad jurídica y a la sostenibilidad. No es un hecho que suceda en España, pero se trata de seres humanos en pleno siglo XXI, en 2023. Si hay alguien que tiene mucho que ver con la sostenibilidad son los campesinos, es la gente del campo. Y si me voy a la definición de la RAE, sobre la sostenibilidad dice, “especialmente en ecología y economía, que se puede mantener durante largo tiempo sin agotar los recursos o causar grave daño al medio ambiente”. Y otras definiciones explican que se garantiza el equilibrio entre el crecimiento económico, el cuidado del medio ambiente y el bienestar social.
El campo nos da de comer, es muy importante en cualquier parte del mundo. Y sobre todo si se cuida el medio ambiente, si no se daña. Cualquier fruto del campo llega a cualquier parte del mundo. Y hay cultivos con mucha presión, explotación y hasta con vulneración de la dignidad y de los derechos humanos. Es el caso de los campos de la caña de azúcar.
La seguridad jurídica garantiza al individuo, por parte del Estado, que sus bienes y sus derechos no sean violentados y si llega a producirse los tendrán asegurados por la sociedad, la protección y la reparación. En España lo tenemos garantizado, pero en otros lugares del mundo lo tienen mucho más complicado, como les ocurre a estos campesinos de El Seybo, de República Dominicana, de la asociación Mamá Tingó. Poca seguridad tienen cuando les echan de sus propias tierras, y con violencia, así que de seguridad jurídica para qué hablar. Ellos mismos se tienen que defender, hacer sus propias casas, sus propios techos para vivir. No es comparable a nuestro país, pero es una realidad en el mundo de hoy, en 2023, cuando aquí estamos más ocupados y preocupados por la inteligencia artificial que por otra cosa.
Patricia Rosety