El número que tiene en sus manos trata de escudriñar cuáles son los nuevos retos del Estado. Es una cuestión compleja, que puede abordarse desde muchos puntos de vista, y cuyas respuestas son en todo caso insatisfactorias. Yo estoy en primer lugar interesada en averiguar por qué alguien se pregunta cuáles son los retos del Estado diferentes de los tradicionales.
El origen del Estado tiene por su puesto que ver con la garantía de la convivencia, con el aseguramiento de la paz social en grandes espacios colectivos cuyos conflictos deben resolverse por cauces independientes de la fuerza bruta de sus protagonistas. El Estado es, así, el titular del monopolio legítimo de la violencia. Primariamente se trata de establecer fuerzas de coacción (policía), órganos de resolución de conflictos (jueces) y sistemas eficientes que garanticen los derechos de propiedad. A todo ello se une, naturalmente, la defensa frente a los enemigos exteriores a través de un ejército nacional.
En el siglo XIX ya se define el Estado Social de Derecho. Lo que me importa, en este punto, es destacar cómo el Estado pasa de ser un simple garante de la paz, a tener otras responsabilidades relacionadas con el bienestar de los ciudadanos: la seguridad social, la sanidad pública, los sistemas de pensiones van más allá de la mera convivencia para tomar papeles decisivos en la vida cotidiana de los ciudadanos.
Hemos llegado así a la tercera década del siglo XXI, y mucha gente se preocupa de pensar cómo debe cambiar el papel del Estado ante las nuevas realidades. Yo tiendo a pensar que el papel del Estado debe por supuesto modernizarse y adaptarse a las nuevas realidades, pero que no debe cambiar en lo sustancial.
Hemos llegado así a la tercera década del siglo XXI, y mucha gente se preocupa de pensar cómo debe cambiar el papel del Estado ante las nuevas realidades. Yo tiendo a pensar que el papel del Estado debe por supuesto modernizarse y adaptarse a las nuevas realidades, pero que no debe cambiar en lo sustancial
Nuestras sociedades han cambiado radicalmente, gracias a Internet, y a todas las nuevas tecnologías que red de redes ha traído. La información se transmite instantáneamente, es más completa que nunca, alcanza a todas las capas de la sociedad, permite el desarrollo constante de nuevas técnicas y formas de abordar los problemas que nos aquejan, incrementan los riegos de manipulación y engaño, dotan de un tamaño extraordinario y desconocido a unos mercados que son cada vez más globales. Internet crea, al mismo tiempo, oportunidades extraordinarias, especialmente para los más desfavorecidos y riegos muy profundos para individuos y sociedades.
Y siendo esto así, ¿cuáles son los nuevos retos de la sociedad? Pues yo diría que…los mismos. Incluso yo diría que los mismos, pero con una dosis de complejidad y de intensidad superiores a los que nunca han sido requeridos. Eso sí, la paz social ya no implica sólo defender a los ciudadanos de la violencia física, los derechos de propiedad se vuelven extraordinariamente complejos, al referirse masivamente a realidades virtuales, las regulaciones gubernamentales pueden volverse completamente inútiles si no tienen en cuenta que la interacción con los mercados más lejanos y las sociedades más remotas es ya imposible de despreciar. De hecho, esta globalización tan extendida tiende más hacia los estándares globales que las regulaciones locales.
Todo ello nos obliga a pensar seriamente no tanto en cuáles sean los nuevos retos del Estado, como en cómo el Estado pueda afrontar en adelante los retos que siempre ha tenido en una sociedad que no se parece, en nada, a la de hace sólo veinte años. Iniciativas como las de esta revista son esenciales para empezar a ocuparnos un poco más de lo importante y distraernos menos con lo urgente.
Pilar García de la Granja