“En ningún otro país del mundo es el amor por la propiedad privada más respetado como en los Estados Unidos, y en ningún otro lugar hay menos apego a las doctrinas que de cualquier manera la amenazan.”
Alexis de Tocqueville
Los Estados Unidos de América no son el país más grande del planeta, ni el que tiene los mayores recursos naturales, ni el que cuenta con más población o con las instituciones más sólidas. Sin embargo, es el imperio actual, la nación que ha triunfado en lo material, en lo intelectual y en lo moral. Mucho se ha reflexionado sobre las causas por las que las naciones fracasan o triunfan, y yo quisiera hoy escribir unas palabras sobre la que me parece central en el éxito de los EEUU: el amor, el respeto y la protección de la propiedad privada.
El ejercicio del poder sobre las cosas materiales, el respeto por parte de los otros de mi soberanía sobre lo que me pertenece, es una de las primeras manifestaciones de que una sociedad existe. Las sociedades avanzan en la medida en que los ciudadanos quieren adquirir cosas y saben que sus derechos sobre ellas serán respetados. La propiedad privada es la base de la convivencia, pero también de la generosidad, del sentido de familia, de la previsión para el futuro, todo ello condición necesaria para la construcción de sociedades democráticas.
No está claro si “Democracia en América” describió la realidad o contribuyó a crearla, pero es muy notable que una de las primeras descripciones externas sobre el sistema político que se estaba construyendo tenga que ver con la propiedad privada.
Una sociedad de raíz protestante, en la que la riqueza se ve como la recompensa terrenal de las virtudes personales se dota de un sistema de valores que aprecia la propiedad y se separa de quienes quieren ponerla en peligro. Y esto, a pesar de lo mucho que ha evolucionado la sociedad estadounidense, sigue siendo sustancialmente cierto. La riqueza tiende a ser símbolo de trabajo duro y servicio a los demás. Otras culturas ven algo sospechoso en el éxito, observan con recelo las fortunas ajenas, atribuyéndolas a pecados presuntos de sus titulares. Los ricos, por defecto, lo son porque han hecho el bien.
Y junto con el mérito personal de haber triunfado, el éxito conlleva responsabilidad. Ningún país es más generoso que los Estados Unidos. Todos los americanos donan en la medida de sus posibilidades. Hay millones de fundaciones y ONG´s de las de verdad, de las que viven sin subvenciones de los gobiernos. Los políticos son juzgados, entre otras cosas, por la cantidad de dinero que donan, los millonarios exhiben sin pudor lo mucho que dan, los reconocimientos sociales son inverosímiles si sus protagonistas no dedican parte de lo que tienen a devolver a la sociedad lo que les ha facilitado.
La idea de que ello es debido al generoso régimen fiscal de las donaciones es sólo parcialmente cierta. Muchos otros países los tienen con resultados completamente diferentes. Se trata, más bien de un asunto que tiene que ver con los valores sociales: no pagar tus deudas es malo, cumplir con tu palabra es bueno, ser generoso también.
La española es una sociedad compleja, como todas las occidentales. Vivimos un momento difícil. Estamos atravesando una crisis de desenlace incierto. Hay, sin duda, muchas cosas que podemos y debemos hacer en lo inmediato, pero no debemos olvidar lo básico, lo sustancial. Si queremos mejorar como sociedad quizá tenga sentido fomentar los valores que hacen de una sociedad estable y próspera: el respeto a las reglas, el Estado de derecho, el aprecio por el triunfo y la compasión por los menos afortunados. Y por todo ello, el respeto y la protección de la propiedad privada, pilar de nuestra civilización. Decirlo en esta revista, órgano de una institución cuyo único sentido es proteger la propiedad, es motivo de una gran satisfacción.
Pilar García de la Granja