La primera mujer

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Por favor, haga memoria: ¿cuántas veces ha leído recientemente el sintagma “la primera mujer que”? Una somera búsqueda en Google arroja una cantidad de resultados abrumadora, ¡hay que ver la cantidad de cosas que por primera vez son hechas por una mujer!

Mujeres que rompen barreras, mujeres jueces, comandantes, comisarias técnicas, mujeres que dirigen un ballet famoso o un teatro de ópera célebre, mujeres y más mujeres (occidentales: en otros lares la sorpresa puede estar más justificada) que son noticia porque llegan a un cargo para el que están sobradamente preparadas y son las primeras en hacerlo, es decir, porque alcanzan una posición que a otras antes les estuvo vedada por el mero hecho de ser mujeres.

Recientemente me tocó a mí. “Eva Orúe, primera directora de la Feria del Libro de Madrid”. Confieso que, al ver la fórmula adherida a mi nombre, me sorprendí. ¿La primera? ¿En un sector tan lleno de mujeres talentosas como el mundo editorial? Creía además que había habido una antes, pero la profesional en la que yo pensaba fue presidenta del Gremio de Libreros, no de la Feria. La primera, pues. 

Desde luego, la novedad atrajo la atención de los periodistas en mayor medida que si se hubiera tratado un rutinario relevo entre varones. Unos, los más, se felicitaban sinceramente, “ya era hora”. Otros, sin embargo, parecían sospechar: ¿la habrán elegido no a pesar de ser mujer sino precisamente por serlo? 

La perspectiva es sólo el punto de vista desde el cual se considera o se analiza un asunto, y la de género no es sino una de tantas posibles por lo que habría que multiplicarlas no para construir nuevas barreras sino para desmontar las existentes

Cuando aquellos me transmitían su alegría yo coincidía en que sí, que sí tocaba; y al escuchar las sospechas de estos, les aseguraba que no, que no me importaba que mi sexo hubiera sido un factor, aunque confiaba en que no el decisivo; y a mi vez les preguntaba si habrían planteado la cuestión al designado en el caso de que la elección hubiera recaído sobre un hombre. Huelga decir que mi convicción es que no.

Pero, a fuerza de darle vueltas al asunto (¿las merece?), me atreví a ir más allá: ¿y qué? 

¿Y qué si me habían elegido precisamente por eso? ¿Y qué si habían tenido en cuenta las batallas que mi condición de mujer me había obligado a librar cuando trabajé en un mundo, el periodístico, en el que los hombres seguían marcando el paso? ¿Y qué si habían valorado que quizá me costó más que a otros conseguir mi primera, mi segunda y mi tercera corresponsalías? ¿Era algo de lo que avergonzarse que alguien estimara como positiva la experiencia distinta que el ser mujer me ha permitido atesorar en todos mis años de profesión? 

¿Y qué si habían considerado que el ser mujer me permitía aportar un punto de vista diferente, ver aquello para lo que los hombres que me precedieron estaban ciegos no por mala fe sino por su experiencia vital? 

¿Aplicarás la perspectiva de género?, quieren saber. ¡Pues claro! Porque sin ella sería imposible desarmar los estereotipos, en este y en otros terrenos, los clichés que impregnan la vida pública, en ocasiones para sorpresa de quienes impulsan leyes o proponen comportamientos y creen hacerlo respetando la más estricta neutralidad. La perspectiva es sólo el punto de vista desde el cual se considera o se analiza un asunto, y la de género no es sino una de tantas posibles por lo que habría que multiplicarlas no para construir nuevas barreras sino para desmontar las existentes.

Primera mujer, por lo tanto. Ni me doy por ello importancia, ni desdeño el plus de responsabilidad que lleva aparejado. Lo importante, en cualquier caso, es no ser la última, dejar la puerta abierta para otras y otros primeros y diversos que inexorablemente vendrán.

 

Eva Orúe