Hoy, más que nunca, la prensa se erige en vigía del poder y herramienta de regeneración democrática. El periodismo de calidad ha demostrado ser clave en la actual emergencia global. Los medios debemos canalizar y encarar los desafíos y el coronavirus es, sin lugar a dudas, el más grande al que nos hemos enfrentado. El mundo no volverá a ser el mismo tras el covid-19. Tampoco la prensa.
En este contexto, donde abunda la improvisación, la descoordinación y la falta de transparencia, los periodistas nos hemos arrogado la responsabilidad de informar, aclarar dudas e intentar hacer ejercicios de prospectiva con expertos independientes. Aislados en sus hogares, los ciudadanos demandan información veraz que les ayude a entender la pandemia. A combatirla. Y la demandan en tiempo real.
Si algo ha quedado negro sobre blanco en esta crisis sanitaria es que:
- La prensa se ha vuelto a colocar de nuevo como medio de referencia. Los lectores encuentran la fiabilidad en las cabeceras más prestigiosas, no en las redes sociales ni en grupos de Whatsapp. Según un estudio realizado por el medidor de audiencias británico Edelmann y Pamco, desde la aparición del coronavirus, el 70% de los lectores entrevistados confía en las marcas de noticias que leen, lo que supone un incremento del 25%. Por el contrario, la seguridad que les dan las redes sociales baja un 29%.
- Los entornos digitales han eclipsado definitivamente al papel. La tendencia, que iba a velocidad de crucero antes de la irrupción de la pandemia, se acelera por el aislamiento. El confinamiento supone un triste epitafio para toda una era periodística.
- Igualmente, la redacción se ha visto obligada a cambiar sus dinámicas de trabajo, eliminando las trabas físicas y temporales gracias al buen empleo de las nuevas tecnologías. Las redacciones físicas mutan como lo ha hecho el virus. Se instalan el teletrabajo y equipos burbuja funcionando en departamentos estancos.
- El mercado publicitario se ha colapsado. El cierre de la economía supone también el cierre de las fuentes de ingresos para la prensa, lo que obliga a repensar el modelo de negocio tradicional y a una transformación del ecosistema mediático.
Lamentablemente, el aumento de tráfico y páginas vistas conseguido en marzo y abril no sirve para paliar el desplome de los ingresos publicitarios. Igual que la audiencia se dispara, la facturación cae con fuerza. Es muy pronto para poder dar porcentajes. Habrá que esperar al segundo trimestre de año para hacer una valoración objetiva.
Por de pronto, los principales grupos y asociaciones de medios han pedido al Gobierno medidas de apoyo que pasarían por facilitar avales y créditos blandos para las empresas del sector o la bonificación en las cuotas de Seguridad Social, entre otros puntos. Unas ayudas públicas que son tan necesarias como peligrosas, pues no hay mayor amenaza para la independencia editorial que los subsidios y la dependencia económica.
Es importante enfatizarlo porque, en estos días de excepcionalidad, donde se están estirando peligrosamente leyes y derechos fundamentales que parecían intocables, tenemos que recordar la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, de 1791, que prohíbe cualquier ley contra la libertad de expresión y contra la libertad de prensa, y el artículo 20 de la Constitución española de 1978, que reconoce el derecho “a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción” y “a comunicar o recibir libremente información veraz”.
La credibilidad no está en los rankings de audiencia hinchados artificialmente, ni se construye queriendo contentar a quien tiene el poder. La credibilidad no es algo inmóvil. Fluctúa y hay que perseguirla. Por eso es tan valiosa. La credibilidad es el único modelo de negocio viable.
La principal batalla de la prensa es la batalla de la calidad. No se trata solo de una cuestión de supervivencia, sino también de principios en un momento tan complejo. Nuestro país necesita de una prensa fuerte. Libertad para investigar. Libertad para informar. Libertad para opinar. Prensa y democracia caminan de la mano. Si la primera está en riesgo, también lo estará entonces la segunda. Eso sería el fin.
Nacho Cardero