Hoy, cerca de las nubes, he sobrevolado tu tierra

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Amanecía en París. Los vientos soplaban fríos e inhóspitos. Pronto se tornaron pardos. Me traían ya vaga noticia de que los pulsos de Mercedes habían declinado. Pero el viento, como la luna, nunca fueron sinceros, a menudo solamente amagan. Quise convencerme de que el drama esbozado era incierto. Que los fríos cuchillos de la muerte no te habían alcanzado. Pero el teléfono, siempre insensible, persistía en el mensaje. El drama se consolidaba y el teléfono, también él, estalló de tristeza.

El pasado miércoles, tan próximo en el tiempo, tan lejano en el recuerdo, aún compartíamos mantel con los de siempre. Alegres y tranquilos. Tú tan sincera, tan franca, tan amiga. Los temas, también los habituales: la nación y nuestra común preocupación por su devenir, el Registro y sus pequeñeces, Greta –pobre niña-, los amigos. Y sobre todo el Libro, comentándolo con su autor, tan sereno y ecuánime, con su envidiable sencillez. Lo hacíamos distendidamente, felices, sin recelos. Resultaba Imposible intuir un futuro tan cercano y fatal. Solo la luna era sabedora de tu ocaso.

Y hoy un presente al que pesará el inmediato pasado acaecido pues ya no tendremos futuro a compartir. La muerte, misteriosa como siempre, nunca tan inesperada, nos lo ha arrebatado. Aquí cercados por el drama solo nos queda la estéril queja ante lo incomprensible. Y con ella, querida Mercedes, más dolor por no entenderlo. Dolor y nostalgia por los momentos compartidos y por los que ya no compartiremos, tan lacerantes estos como aquélla. Helados cuchillos en nuestras almas.

Hoy, cerca de las nubes, he sobrevolado tu tierra. Iba a despedirte, a Galicia. Genéticamente gallega, Madrid solo pudo quitarte el acento, y no del todo. Al descender me ha parecido verte. Tú ascendías mientras yo me acercaba a esa tierra que te va acoger tras un periplo vital que a todos se nos antoja efímero pero fecundo. He intercambiado contigo, creo, una última y fugaz mirada: muy triste la mía, también la tuya. Dejas en nosotros, en tus amigos, un recuerdo imborrable, eterno e imperecedero, aunque hoy nuestras últimas fotos comunes, las del miércoles pasado, se han difuminado. 

Me consta que nunca te agradó la loa. Poco sentido tendría entonces reflejar en estas líneas tu admirable quehacer familiar, profesional y social. Resultaría gratuito hacerlo pues estas reflexiones se dirigen a tus próximos, sabedores de tus virtudes. Lo siento por los tuyos a los que siempre te vi tan unida. No soy quien para hacerme eco de su quebranto que intuyo insoportable. 

Quizás mañana también llueva. De nuevo el llanto del cielo como cuando disteis tierra a tu hermano, luego a tu padre. Así es Galicia. 

A nosotros dinos algo Mercedes, aunque sea con un último aliento, con una última sonrisa. No lo comprendemos y sin tu sonrisa nuestro dolor y nuestra pena son infinitos.  

15 de diciembre de 2019

Vicente Guilarte