No hubo un terremoto en las elecciones al Parlamento Europeo. Los dos pilares de la Eurocámara, el Partido Popular Europeo (PPE) y los socialdemócratas, se mantuvieron, el primero con unas ligeras ganancias y el segundo con un pequeño retroceso. Entre ambos obtuvieron el 45% de los 720 escaños. Con el apoyo de los liberales de Renew, que sí se han pegado un batacazo, a causa de la desaparición de Ciudadanos, podrán seguir forjando mayorías parlamentarias absolutas.
La extrema derecha no ha pegado el subidón que, a veces, se pronosticó. Los dos grupos parlamentarios etiquetados como ultras (Identidad y Democracia y Conservadores y Reformistas Europeos) obtuvieron el 18% de los escaños. Pero si se les añade los alemanes de Alternativa para Alemania (AfD) y un puñado de eurodiputados no inscritos rondan el 25% del hemiciclo. Separados y, si se unen, juntos, tienen más peso que nunca en la Eurocámara. Juntos serían incluso el segundo grupo parlamentario por delante de los socialdemócratas.
Su auge trasciende los límites del hemiciclo. En los dos países que fueron el motor de la construcción europea, Francia y Alemania, han obtenido muy buenos resultados. En el primero sí que hubo un terremoto porque el Reagrupamiento Nacional, los seguidores de Marie Le Pen, obtuvieron casi un tercio de los sufragios. En el segundo la AfD se colocó en un segundo puesto por delante de los socialdemócratas. En Italia, la tercera economía de la UE, Fratelli d’Italia de Giorgia Meloni, mejoró su puntuación. En otros países miembros más pequeños, como Bélgica o Países Bajos, también cosechó más votos.
“Después de evocar durante mucho tiempo el ascenso de las fuerzas de extrema derecha en Europa, ha llegado quizás el momento de constatar su llegada definitiva en primera línea del escenario”, escribió el diario “Washington Post” en un editorial. Dentro y fuera del hemiciclo Europa está impregnada de euroescepticismo.
Cuando está a punto de empezar el segundo cuarto del Siglo XXI, Europa necesita más que nunca estar unida ante la agresividad económica de una China cuyo excedente comercial manufacturero equivale al 2% del PIB mundial y lanzada además a la conquista África y América Latina
Euroescepticismo significa estancamiento de la construcción europea. La temática de esos ultraconservadores va a marcar la agenda, desde las barreras a la inmigración, en un continente envejecido, hasta la merma de la lucha contra el cambio climático pasando por la seguridad y el orden.
Estas prioridades distraerán a la UE de otras tareas acuciantes como enmendar su retroceso en materia de innovación tecnológica, frente a EE UU y China, o la mejora de su autonomía estratégica. La pandemia demostró que esta era escasa y la dependencia de China, desde lo farmacéutico hasta los semiconductores, era descomunal.
El euroescepticismo, el rumbo diferente de gobiernos europeos con orientaciones políticas contrapuestas va a generar desunión en las filas de la UE. Cuando está a punto de empezar el segundo cuarto del Siglo XXI, Europa necesita más que nunca estar unida ante la agresividad económica de una China cuyo excedente comercial manufacturero equivale al 2% del PIB mundial y lanzada además a la conquista África y América Latina.
El cierre de filas es aún mucho más imprescindible frente a la Rusia de Vladimir Putin que hace ya más de dos años invadió Ucrania. Viktor Orbán, el primer ministro húngaro, el que más trabas ha puesto a la hora de apoyar al agredido frente al agresor, no es un político aislado en la UE. Entre los vencedores de las elecciones europeas algunos comparten su enfoque de la guerra en Ucrania. Cabe esperar que evolucionen como lo hizo la propia Meloni cuando los sondeos empezaron a vaticinar su victoria electoral de octubre de 2022.
El reto ruso, para Europa, especialmente para la del sur, no está solo en el noreste. Está en ese continente africano donde, a través de los mercenarios del Africa Corp -el nuevo grupo Wagner-, el Kremlin ejerce una influencia política y militar creciente. En Malí, Burkina Faso, Níger y quizás en alguno más fomenta la hostilidad hacia el Viejo Continente de los regímenes militares a los que apoya y anhela también de desestabilizarle impulsando la emigración.
Como dijo, hace ya años, el exprimer ministro sueco, Carl Bildt, en Europa “no estamos rodeados por un ‘anillo de amigos’, sino por un ‘anillo de fuego’. Y el edificio que los europeos empezamos a construir a mediados del siglo pasado es ahora más inflamable que hace unos años.
Ignacio Cembrero