Situarse en marzo de 2020 produce una enorme ansiedad y desasosiego. A 14 meses de la irrupción del coronavirus en el mundo, con estragos aún en marcha, el vértigo es la menor de las reacciones al echar la vista atrás. Se empiezan a conocer los errores, por desconocimiento, y los muchos palos de ciego ante la peor pandemia desde hacía más de cien años. Si la ciencia se desconcertó ante lo nunca visto, los gobiernos actuaron sin seguridad de que lo que hacían no agravaba aún más la situación, y el mundo sanitario se arremangaba en la precariedad, cuan casi una situación de guerra, cómo los medios de comunicación no iban a equivocarse.
Hubo errores, muchos errores, durante semanas. Unas informaciones se sobreponían a otras, y todas ellas quedaban anuladas por hallazgos que desmentían todo lo dicho y publicado con anterioridad. Nunca como en estos meses ha habido más llamamientos de los organismos internacionales a extremar el cuidado en la información, a verificar las informaciones, en la medida de lo posible, y a arrumbar toda muestra de sensacionalismo y alarmismo injustificado. La realidad era tan dramática -aún sigue siéndolo- que dar pábulo a infundios no solo era mala praxis profesional sino una muestra de incivismo y ausencia de responsabilidad social.
Hubo irresponsabilidad, hubo sensacionalismo, hubo sectarismo y politización –no ha terminado– pero también buen hacer, esfuerzo ímprobo por aportar algo de claridad, o al menos no confundir más, y de llegar a las fuentes más solventes. Poco a poco, el periodismo de calidad, se ha abierto paso, por las extraordinarias aportaciones de numerosos medios que incorporaron a sus secciones nutridos grupos de periodistas, informadores de divulgación científica, microbiólogos, virólogos, intensivistas, urgenciólogos, médicos de atención primaria, personal de enfermería, y todos cuantos pudieran aportar información solvente. No ha podido ser de un día para otro; detectar y constatar opiniones con credibilidad ha llevado su tiempo.
A mitad de la pandemia, el periodismo empezó a valorar las respuestas de los expertos que empezaban con: “No lo sabemos”. Eso, mejor que lanzar conjeturas carentes de base mínimamente sólida.
Los principios del periodismo hubieran aconsejado separar drásticamente la información de la opinión, acudir a fuentes que hayan demostrado fiabilidad y, esperar al avance de la ciencia. No siempre se hizo así.
Al tiempo, los medios de comunicación han debido estar –y deben seguir– vigilantes de lo que hace el poder. Por acción y por omisión. Estado de alarma, confinamientos, restricción de movimientos, limitaciones de derechos, suponen cortapisas de libertades que exigen la máxima vigilancia al Gobierno. Por mor de la pandemia, las administraciones encontraron justificación para apartar el foco que iluminara sus actos. El periodismo, en conjunto, no se dejó y con quejas y propuestas ajustadas con la realidad de la enfermedad, se han ido levantando las barreras a la información, erigidas para tapar los errores y los titubeos del poder.
Del lado de los medios de comunicación no todo fue -no todo es– pulcritud y búsqueda del interés general. Por dañar al gobernante, por afán de conseguir el mayor tráfico posible para el medio, u otros intereses espurios, se han cometido atropellos a la verdad. En España la fuerte polarización de la vida política, entre Gobierno y oposición, no así, en términos generales entre la administración central y las autonómicas, ha provocado discursos de odio, con acusaciones de negligencia culpable que posiblemente tendrán que dirimir los tribunales. En esto, España ha sido una excepción en el entorno europeo. Cada paso en la pandemia se ha vivido en el Parlamento con conflicto y enfrentamiento. En muchos momentos, los medios de comunicación no han guardado el papel equilibrado de verificación, aprobación o reprobación que de ellos se espera, en virtud de una honesta comprobación y contextualización de los hechos. A pesar de todo, a pesar de los errores, el periodismo tiene que seguir en primera línea de observación, información y vigilancia de todo lo que quede por acontecer de esta pandemia. Ante todo, periodismo.
Anabel Díez