jueves, noviembre 21, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Elegir a Dios

    La obamanía ya se ha acabado y todo el mundo ha regresado a casa. Sin embargo algo ha cambiado, porque Obama ha dejado de ser un personaje real para convertirse en un superhéroe de papel. ¿En qué ha cambiado nuestra percepción del mundo con la entronización de Obama al frente de la nación más poderosa del mundo?

    No se trata de hablar de política sino de algo más profundo, que conforma la reafirmación de valores que la anterior admnistración americana y sus adláteres habían llevado al vertedero. De entrada Obama ha hecho signos inequívocos de acabar con la unilateralidad norteamericana. No sólo eso: también ha tendido la mano a gente de difícil saludo como el gobierno iraní. Ahmanideyad ha pasado de ser el engrasador del eje del mal a ser un gobernante con el que se puede hablar. Esa idea de “primero hablar y luego ya veremos” está en las antípodas de la política de Bush, en la que el diálogo era una habilidad desconocida para él y su corte.

    De la suma de esos gestos se extrae un nuevo sentimiento de orgullo americanista. O dicho de otra manera, con tres o cuatro gestos, Obama ha conseguido llevar a la luz a la mejor América y neutralizar hoy por hoy el antiamericanismo latente en países amigos. Continuarán quemándose banderas norteamericanas en las algaradas de Pakistan o de Palestina, pero será difícil hoy por hoy que las manifestaciones de la población europea, desde la socialdemocracia hacia la izquierda, acaben con gritos contra los Estados Unidos. No sólo eso: Obama se ha congraciado con sus votantes asumiendo una demanda largo tiempo reclamada: la de un incremento de la calidad de la sanidad pública aunque sólo sea en su tramo infantil. Desde los tiempos de Hillary Clinton en el área de Salud del gobierno de su marido no se había intentado un avance de este tipo. Entonces a Hillary la llamaron “liberal”, que es uno de los insultos más feos que el “stablishment” norteamericano puede decir a un político. No sólo eso: consciente que una gran parte de la población considera a la banca y a las grandes empresas responsables del desastre económico, Obama ha clamado por la reducción de sueldos a los ejecutivos de empresas beneficiadas con dinero público. Eso no es la revolución, porque Obama no es un revolcuionario. Es simplemente el sentido común. Y, cuando las cosas están tan mal, un poco de sentido común es imprescindible.

    De la suma de los gestos de Obama se extrae un nuevo sentimiento de orgullo americanista. O dicho de otra manera, con tres o cuatro gestos, ha conseguido llevar a la luz a la mejor América y neutralizar hoy por hoy el antiamericanismo latente en países amigos

    Con el apoyo claro de su gente, cabe preguntarse ¿de qué manera va a vivir el planeta ese cambio de liderazgo. Si durante ocho años se entendió la presencia de Bush como una intromisión en nuestras vidas, ¿significará acaso que la llegada de Obama va a ser una liberación? De su talante dialogante se espera cuando menos que no vayan estallando conflictos artificiales que engordan el radicalismo armado islamista. Es cierto que los atentados de Madrid, del metro de Londres sólo son atribuibles a la locura criminal de sus autores, però no es menos cierto que los trenes de Madrid habrian tal vez estado fuera del punto de vista del terrorismo si España no hubiera figurado de forma incondicional en el mapa de los aliados de Bush.

    La figura del presidente de Estados Unidos ha ido creciendo desde el Plan Marshall. Las limitaciones a la libertad de desplazamientos aéreos, la arbitrariedad con la que se establecen o se niegan relaciones diplomáticas, la transmisión de valores extraños, desde la negación de la teoría de la evolución hasta la penalización d ela homosexualidad, han convertido a la presidencia americana en un poder que va mucho más allá de la administración de su país. Obama dispone de ese poder. De él dependerá que lo ejerza o que renuncie a ir más allá de lo que se le exige a un gobernante. Entre el Dios que provoca miedo y el Dios que se dedica a sus labores, probablemente Obama será un personaje más cerca de los hombres que de las grandes palabras de la épica americana con la que el conglomerado militar se camufla. Los americanos, no todos pero más que nunca, han ido a votar a su presidente y, de carambola, han votado a un pequeño Dios para el resto del planeta. No le debemos idolatría. Nos basta que vaya por el mundo pidiendo permiso para que en el futuro sus sucesores no hayan de pedir perdón.

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    Revista nº49

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