jueves, noviembre 21, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Cincuenta censados, pero dormimos veinte

    Soy muy afortunado. Tengo dos pueblos, soy doblemente de pueblo. Uno en Burgos, en el que nací y donde aún vive mi padre, ya de 92 años de edad. Otro en Guadalajara, a una hora de Madrid, en el que tengo una casa donde habré pasado una de cada cinco noches de los últimos 25 años. Muchas noches son esas, muchas de ellas muy felices. A medianoche, solo se oye el estrépito del silencio más absoluto. A veces, la lluvia en el tejado y en los canalones. De madrugada, el despertar de los pájaros en el huerto, un perro lejano, un gallo tempranero.

    – Aquí estamos censados unos cincuenta, pero en realidad dormimos veinte -comentan en el bar.

    Es un bar atípico, un bar no comercial. Un local del Ayuntamiento en el que un par de jubilados más jóvenes se encargan de pedir al almacenista las cajas de vino y de cerveza y las bolsas tde cacahuetes -ese es el género más consumido- y en el que todos hacemos alguna vez de camarero. Bajas al bar, tres paisanos juegan a las cartas allá al fondo, entras a la barra a ponerte un vino, llega en ese momento otro parroquiano… y ya te ha tocado de camarero para toda la velada. 

    – Aquí estamos censados unos cincuenta, pero repasas casa a casa y en realidad dormimos veinte -comentan en la barra, entre reo y reo.

    – ¿El resto tiene insomnio, que no duerme? – los embromo.

    – El resto está empadronado pero no vive aquí, están en Guadalajara. Alguno viene a diario a labrar, pero se vuelve por la tarde a la capital, con la mujer y los chicos.

    Verás en el DLE que la segunda acepción de “dormir” es “pernoctar” y que una de las de “reo” es “vez, turno”.

    En mi otro pueblo, el de Burgos, al “reo” del bar lo llamamos “ronda”:

    – Pon otra ronda para todos, majo. Para mí, lo mismo que antes, un claro bien fresco.

    El apelativo “majo” es cariñoso y muy de allí. Y al “claro” siempre lo hemos llamado “claro”, o como mucho “clarete”. Nunca “rosado”.

    La España despoblada es un gravísimo problema general que tiene España. Un problema estructural, no coyuntural. Una enfermedad crónica que ahora se ha agravado, con la pandemia de coronavirus, la caída general de la natalidad y las nuevas y constantes corrientes migratorias desde la España rural y de las pequeñas ciudades del interior a las grandes urbes, sobre todo Madrid

    Cuando llegué al pueblo de Guadalajara, hace 25 años, había un bar comercial, dos tiendas, la escuela… y más de un centenar de personas. Hoy sólo quedan el bar comunal y esos veinte que duermen a diario. Cuando yo era pequeño, en mi pueblo de Burgos estaban empadronadas y dormían todo el año unas 1.500 personas; había ocho bares, dos pescaderías, dos carnicerías, cuatro tiendas de las llamadas de ultramarinos… Hoy, la mitad de la mitad en todo; y en habitantes, unos 600.

    La España despoblada no es solo un problema de las dos Castillas. Ni siquiera lo es solo de la Serranía Celtibérica, esa amplísima región en torno al Sistema Ibérico que va desde las provincias de Valencia y Castellón a las de Burgos y La Rioja, pasando por Cuenca, Teruel, Guadalajara, Zaragoza, Huesca, Soria y Segovia, y que se extiende incluso más allá de su propio toponímico, a Palencia, Zamora, Salamanca, León, Asturias, la Galicia interior… Es un gravísimo problema general que tiene España. Un problema estructural, no coyuntural. Una enfermedad crónica que ahora se ha agravado, con la pandemia de coronavirus, la caída general de la natalidad y las nuevas y constantes corrientes migratorias desde la España rural y de las pequeñas ciudades del interior a las grandes urbes, sobre todo Madrid.

    Algunos datos son demoledores. Uno: en el 53% de nuestra superficie solo vive el 15,8% del total de la población. Otro: la población española ha aumentado un 36% desde 1975, al pasar de 34,2 millones de habitantes a 46,9 millones, pero mientras en la Comunidad de Madrid la población ha crecido en ese periodo el 73% en la provincia de Soria se ha reducido en más de un 23%. 

    El drama humano que esas cifras esconden es enorme. Esa es nuestra principal brecha de desigualdad. 

    Soy muy afortunado. Además de dos pueblos, tengo una gran ciudad donde duermo unas cuatro noches de cada cinco, y donde dispongo de todas las oportunidades económicas, tecnológicas, culturales, sociales y vitales de un país moderno. Nuestros paisanos de la España rural no las tienen. Como país, no tenemos ningún reto tan importante como cerrar esa brecha.

    Revista nº95

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