“Me siento bendecida y condenada con la vocación de actriz. Cada vez la disfruto más, pero también me duele más”


Su rostro lleva colándose en nuestros hogares a través de la pequeña pantalla desde hace décadas y se ha ganado el cariño del público con sus personajes en series como Periodistas u Hospital Central. Además, esta actriz madrileña de madre estadounidense ha participado en grandes producciones de Hollywood, como El príncipe Caspian o Terminator: Destino oscuro, pero nunca ha perdido su pasión por el teatro, donde ahora protagoniza el texto por el que Edward Albee ganó el Premio Pulitzer en 1967: Un delicado equilibrio.


¿Qué le atrajo del proyecto de Un delicado equilibrio?

Principalmente, el texto en sí. No lo conocía, aunque con él Albee ganó el Pulitzer, pero al leerlo descubrí la dimensión de lo que propone el autor, y me fascinó. Además, como actriz, me pareció una fiesta poder enfrentarme a él.

¿Cómo cobra actualidad un texto escrito a mediados de los años 60 del siglo pasado?

Tiene toda la vigencia del mundo, y más teniendo en cuenta el delicado equilibrio en el que se mueve la sociedad hoy en día. La función trata muchos asuntos, pero, sobre todo, Albee se pregunta, y nos pregunta, cómo funcionan las relaciones humanas, cómo nos comportamos con aquellos con quienes tenemos vínculos de sangre o cuando decidimos unir nuestras vidas a otras personas, como los amigos, por qué lo hacemos y para qué, y qué ocurre con esas relaciones cuando un hecho trágico nos produce el dolor más intenso y no somos capaces de transitarlo. Por mucho que haya sido escrito en 1966, este texto nos ofrece un espejo en el que mirarnos y, por eso, creo que aporta muchas cosas a una sociedad en la que todos estamos un poco desequilibrados, y me gusta poder brindar al público historias como ésta.

A grandes rasgos, ¿cómo es su personaje y cómo ha sido meterse en su piel?

En este drama hay una pareja asustada que acude a casa de sus mejores amigos en busca de ayuda, y yo interpreto a la dueña de esa casa, que es esposa, hermana y madre. Ella es una mujer que tira para adelante con todo y lucha por mantener el equilibrio en un complicado núcleo familiar que ha tenido que sobreponerse a una tragedia que ocurrió hace años, y lo ha hecho sin transitar el duelo. Todos ellos son gente de clase alta, muy cultos, que cuidan mucho las formas y tapan lo que no les gusta, pero no han curado sus heridas, sólo las han tapado, cada uno a su manera, y esto da lugar a comportamientos muy ácidos, en algunos casos crueles, que se perpetúan en el tiempo, hasta que todo salta por los aires con la llegada de sus amigos. 

Comparte escenario con su marido, Ben Temple, y, además, como marido y mujer en la ficción, ¿cómo se lleva?

Ya coincidimos en una situación similar en Tierra de fuego, cuando él tuvo que sustituir a Tristán Ulloa en la gira, y nos gusta mucho trabajar juntos; es muy divertido y práctico, porque podemos ensayar en casa y compartir nuestras inquietudes e ideas en torno al proceso creativo. Pero no nos llevamos los problemas de los personajes a casa.

Entonces, ¿no le cuesta dejar al personaje en el camerino?

No, nada. Tengo facilidad para entrar y salir del personaje sin problemas, y con los años he ido aprendiendo que esto es un juego, así que lo dejo siempre fuera de casa. Lo que sí me llevo son las dificultades del trabajo en sí, ese momento de la búsqueda del personaje en el que tienes que meterte por recovecos, probar y descartar, cuando no me gusta lo que hago. Es ahí cuando alguna vez me he quedado un poco tocada, pero no enganchada al personaje, porque entiendo que mi trabajo es ser un vehículo de expresión y yo sólo puedo crear, imaginar y poner mi experiencia al servicio del personaje.

“El teatro es el lugar natural de un actor. Sobre el escenario es donde están los mejores personajes y donde aparecen todo el talento y las carencias de un intérprete”

¿Y cómo se prepara los personajes?

Depende mucho del guion, que para mí es como una partitura, y del tiempo que tenga para prepararlo. Los personajes en los que necesito más preparación son los que se alejan mucho de mí, porque me cuesta mucho imaginarme en su piel; y cuando no tengo tiempo suficiente para prepararme, tiro de oficio, trabajo y confianza, pero no es lo ideal.

Generalmente, le dedico mucho tiempo a trabajar los textos y, después, me resulta fundamental el trabajo con el equipo, porque me ayuda a entender mejor al personaje y a situarlo en su lugar.

De todos los papeles que ha interpretado a lo largo de su carrera, ¿cuáles le han marcado más?

Elegir es difícil, porque todos han sido importantes por algo. Pero, si tuviese que elegir, el primero sería Ana Ruiz, de la serie Periodistas. Puedo decir que fue mi nacimiento como actriz. Con él aprendí mucho del oficio de hacer televisión y me marcó porque tuvo gran impacto y conectó mucho con el público. En televisión también diría, Silvia, de Crematorio, porque creo que el proyecto significó un paso importante para la ficción española y tenía unos guiones magníficamente trabajados, una dirección impecable y un elenco espectacular, resaltando que me permitió el honor de trabajar y conocer personalmente a Pepe Sancho. Y, más recientemente, diría que la abogada que interpreto en El caso Asunta, la miniserie que acaba de estrenar Netflix basada en el asesinato real de una niña de 12 años, porque me ha permitido estar inmersa en una historia muy cercana en tiempo (han pasado 10 años).

Y si hablamos de teatro, creo que es sobre el escenario donde están los mejores personajes, pero destacaría la señorita Julia en la versión de Juan Carlos Corazza; mi papel en Tierra de fuego y Agosto, porque fue maravilloso poder compartir escenario con Amparo Baró, una mujer muy grande, a la que cogí mucho cariño, y que es un referente que nos ha regalado mucho.

Foto: Lardiez

Nombraba El caso Asunta, la miniserie basada en un hecho real que conmocionó a la opinión pública hace unos años. ¿Cómo ha sido enfrentarse a este proyecto?

Ha sido un rodaje muy significativo para mí, porque me ha reconciliado con la ficción, pues no es una serie de entretenimiento, te invita a reflexionar y está muy bien trabajada. Los guionistas han tratado de ir más allá del caso y reflejar a la sociedad en la que vivimos, a los medios de comunicación y a nuestra justicia, y para mí ha tenido mucho sentido trabajar en ella. Además, como actriz, ha sido realmente fascinante poder meterme en la piel de una mujer, la abogada de Alfonso Basterra, el padre de Asunta, que, a pesar de todos los indicios que había en contra de los padres, peleó hasta el final porque su cliente tuviera un juicio justo. Ha sido un rodaje magnífico e inolvidable.

En su “lista de deseos”, ¿queda algún personaje pendiente de interpretar?

La verdad es que nunca he tenido una “lista de deseos”. Lo que me estimula es poder seguir teniendo proyectos con los que yo sienta que tiene sentido colaborar porque pueden hacer bien al alma humana.

“Hacer bien al alma humana”… ¿Esa es su prioridad a la hora de elegir participar en un proyecto?

Yo me considero artista o, al menos, aspiro a serlo, y creo que con nuestro trabajo podemos hacerle bien a la cabeza y al corazón de la gente, por eso busco proyectos con sentido; que tengan un sentido para mí y que crea puedan ayudar al público. Creo que la necesidad de poder vernos reflejados en un espejo forma parte de la esencia del ser humano y también creo en el poder transformador de las artes escénicas y de la cultura en general. Por eso, no sólo me interesan los personajes que puedan ser complejos para mí como actriz porque me pueden parecer un desafío. Para mí tiene mucho sentido poner, con toda humildad, mi talento al servicio de la cultura y, por tanto, al servicio del alma, del conocimiento y del pensamiento de las personas.

“Creo que con nuestro trabajo podemos hacerle bien a la cabeza y al corazón de la gente, por eso busco proyectos con sentido”

Ha tocado todos los palos de la interpretación: cine, teatro y televisión. ¿Hay alguno de ellos que prefiera sobre el resto?

Los intérpretes somos contadores de historias, queremos comunicarnos con el público y cada canal es diferente y tiene sus ventajas para llegar a él. La televisión, por ejemplo, tiene la capacidad de introducirte en los hogares de todo el mundo, mientras que el cine es mucho más íntimo y te permite expresarte de otra manera gracias a los primeros planos. Sin embargo, si me das a elegir sólo una cosa, sin duda me quedo con el teatro. Creo que es el lugar natural de un actor. Es sobre un escenario donde aparecen todo el talento y las carencias de un intérprete, porque cada función es diferente, está viva. Y la comunión con el público que se produce durante el ritual del teatro es la que da significado a todo, porque cada espectador recibe el mensaje de una manera, le resuena de forma diferente. Eso es lo que tiene más sentido para mí, pero no significa que no me sienta a gusto en cine o televisión.

Cursó sus estudios de interpretación en Nueva York y, a lo largo de su carrera, ha trabajado en varias ocasiones en películas norteamericanas, ¿le atrae Hollywood hasta el punto de plantearse dejar España y hacer carrera allí?

Cuando era más joven, esa pregunta estaba continuamente en mi cabeza, porque todavía hoy sigue siendo un sueño para cualquier actor. Y yo, hija de norteamericana, habiendo estudiado en Nueva York y bilingüe nativa, con 23 años me salían muchos trabajos allí. Pero hoy, y a pesar de estar casada con un norteamericano, ya no me mueve eso, y no renunciaría a mi vida y a mi familia por ello. Soy feliz haciendo trabajos que para mí tengan sentido, ya sea aquí o al otro lado del charco, porque ya no hay fronteras.

¿Y en qué momento profesional se encuentra?

Apuesto por arriesgarme, aunque no siempre salga bien, y no siempre pueda elegir. Pero me siento muy afortunada de poder vivir de esta profesión, incluso con las rachas malas que tenemos todos, y me gustaría poder seguir abriéndome camino como actriz con proyectos que no son sólo “trabajos”, necesito que tengan sentido. Quiero leer muchos textos nuevos y encontrar historias que me muevan y que den sentido a mi trabajo, que es una vocación para mí.

Esa vocación, ¿le viene de niña?

Más o menos, sí. Empecé a estudiar la carrera de piano, aunque no la terminé, y al principio pensé que mi carrera iba a estar en la música, pero el teatro me cambió la vida. La primera vez que entré en uno, con mi abuela, para ver Annie, quedé impactada con las butacas, y después me fascinó ver a una niña interpretando sobre el escenario. A partir de ahí, siempre que pude hice teatro en el colegio. Mi primera obra fue un musical, La abeja Maya, haciendo del gusano Marx, un secundario muy interesante, y aún recuerdo la sensación de conexión con el público, cómo pude comunicarme con el público, y eso me marcó. Así, a los 18 años ya tenía claro que quería dedicarme a la interpretación, y le pedí a mis padres que me dejaran estudiar en Nueva York. Y cursé estudios en el Nazareth College, que completé después en España, formándome con Juan Carlos Corazza, el lugar donde verdaderamente encontré mi manera de trabajar.

Un delicado equilibrio.

Estudió piano, su primer contacto con el teatro fue un musical y creo que también canta (en su CV dice que es contralto), ¿se atrevería con un musical?

Claro que me animaría a hacer musicales. De hecho, de joven ya hice varios musicales en Estados Unidos, como Chicago, y me gustaría mucho poder tener esa experiencia en España, porque me encanta cantar. Eso sí, he de puntualizar que soy una actriz que canta, no soy cantante.

¿Qué le aporta y qué es lo que menos le gusta de su profesión?

Lo que más me aporta es el milagro de la conexión que se produce entre el actor, los compañeros y una historia, para hacerla llegar al público y que le toque, le ayude de alguna manera. El entretenimiento es necesario en esta vida, pero lo que a mí me interesa de esta profesión es lo que yo considero la esencia de este trabajo, que creo tiene que ver con el amor, con poder atreverse a mirarse, a reírse de uno mismo, a llorar por uno mismo, a no entenderse a uno mismo, a no entender a los demás, y tal vez, desde ahí, empezar a comprender un poco más el mundo y ser mejores personas, para construir un mundo mejor. Esa dinámica de comunicación humana siempre me ayuda, aunque a veces sea como “predicar en el desierto”, como dice Lorca en su Comedia sin título. Y eso es, precisamente, lo que más me duele: cuando se impone la falta de interconexión de la sociedad, que no quiere mirar ni escuchar, porque le da miedo poder verse reflejados. Entonces, ese trabajo de convertirnos en una balsa para el alma, al que yo le pongo mucho corazón, no funciona; y eso duele, porque nos limita.

Si volviera a nacer, ¿elegiría ser actriz?

Creo que sería inevitable, pero lo digo con relativa alegría. Me explico: En un momento de la obra que hago ahora digo “Soy la única persona de esta razonablemente feliz familia bendecida y condenada con la capacidad de poder ver una situación objetivamente ahondando en ella”; y es así como me siento en este momento respecto a mi profesión: “bendecida y condenada” con la vocación de actriz. Cada vez disfruto más con ella, pero también me duele más. No obstante, si no pudiera ser actriz, sólo me plantearía ser periodista, lo tengo clarísimo. Soy una apasionada de la radio y me gusta mucho hablar. Tuve la oportunidad de colaborar un tiempo con Juan Ramón Lucas, en Onda Cero, compartiendo lo que yo llamo “conversaciones inspiradoras” con gente a la que admiro y fue una experiencia muy buena, que me gustaría repetir. Y espero no tener que esperar a otra vida para poder volver a hacer algo en este medio. 

Gema Fernández