Cuando quería describir la extrema formalidad de un dirigente del deporte, Olga Viza exclamaba: “¡Es más serio que un notario!”. Me llamó la atención el latiguillo, que no había oído antes. Sin conocerlos, estaríamos de acuerdo en afirmar que los funcionarios de élite parecen personas infranqueables, difíciles de abordar, como de otro mundo. Y los registradores, por supuesto, no iban a ser una excepción.
Dice el premio Nobel José Saramago que la pregunta antológica que no tiene respuesta es: “¿quién soy yo?” y que “probablemente, los seres humanos somos enfermos mentales”, que nos pasamos la vida etiquetando, me permitiría añadir. Ese es el problema, demasiadas etiquetas. El día que Rafael Arias me presentó a Fernando P. Méndez, he de reconocer que mis esquemas se tambalearon.
A menudo, los excesos llegan a esconder los hechos. A veces, el problema de un colectivo es el que explicaba el entrenador brasileño Tim de los equipos de fútbol: son como una manta corta. Cuando te tapas la cabeza, se te ven los pies, y al revés. Hasta donde yo sé, los registradores no tienen este problema. Además, no parecen nada “mantas” y tienen un líder que pregona que, justamente, la gran revolución es intentar hacer bien el trabajo cada día.
El fútbol, como la vida, cambia cada media hora. Un día, Víctor-M. Amela le preguntó a Fernando P. Méndez en “La Vanguardia” si en determinadas situaciones, el Estado no entorpecía el mercado. El presidente de los registradores contestó: “¡No! ¡Eso es como decir que el árbitro y las reglas entorpecen los partidos de fútbol! El mercado es un intercambio de derechos, y el Estado es el protector de esos derechos: y eso hace el Registro. Sin Estado, sin Registro, no hay mercado: ¡hay selva!”.
Haya paz. Y no perdamos el sentido del humor. Dice Woody Allen que el humor es un inseparable ingrediente contra el hastío. Una noche, en una cena de Navidad de los registradores de Cataluña, le oí decir a la ex consejera de Justicia de la Generalitat, Núria de Gispert, que su padre, eminente jurista, definía a registradores y notarios como “sumos sacerdotes de la paz”.
En uno de sus brillantes monólogos, Andreu Buenafuente dice que ha ido al notario y ha terminado con números rojos en el banco, pero lleno de fe. Hay que aplaudir estos gags, que viven alejados de la frivolidad, que es otra cosa. Una frivolidad hubiera sido decir que los registradores iban en contra del Valencia porque el secretario técnico, García Pitarch, está casado con una notaria. “Un poquito de por favor”, que diría Fernando Tejero, el protagonista de “El penalti más largo del mundo”. No hay que pensar en las “penas máximas”. Es preferible coleccionar días inolvidables, aún a riesgo de no acordarse de alguno de ellos.
Las cosas se tienen que hacer bien, y además hay que explicarlas. Eso sí, sin llegar al efecto Dalí. El pintor no leía los artículos y crónicas de prensa que hablaban de él. Preguntaba:
– ¿Ese recorte cuánto mide?
Eso era lo único que le interesaba.
El Año Dalí dio paso al IV Centenario del Quijote y al Año de la Gastronomía. Poca gente como Maragall ha promocionado tanto la cocina al hablar del soufflé catalán. Se lo he comentado a Ferran Adrià y se ha reído: “Nadie sabe qué es el soufflé”. O sea, Maragall, Quijote.
El mercado es un intercambio de derechos, y el Estado es el protector de esos derechos: y eso hace el Registro. Sin Estado, sin Registro, no hay mercado: ¡hay selva!
Es un placer escribir en esta revista, que tiene una ventaja: no está en los quioscos, que a este paso van a expedir el acta notarial de que el viejo periodismo se muere. Estos días he ido a comprar una revista de pensamiento con solera en Cataluña, “El Ciervo”. “¿El Ciervo? ¿Es una revista de caza?”, me ha preguntado el quiosquero. He tratado de hacer de tripas, corazón, y he vuelto a recurrir a Woody Allen.
¡Pobre periodismo!
Una vez en casa, he acudido a mi colección de frases hechas. He encontrado una del abuelo de Fernando P. Méndez: “Nunca te tomes en serio y no dejes que nadie te tome a broma”!
Si volviera a nacer, me haría registrador. No lo duden: creo hablar con propiedad.
Eso, registrador de la Propiedad.