sábado, noviembre 23, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    El riesgo de ser periodista

    Hay muchos lugares en el mundo en los que un periodista puede perder la vida por el mero hecho de serlo: Colombia o el País Vasco. Hasta hace pocos años, ejercer el noble deber de informar en lugares de conflicto, suponía casi un salvoconducto. Sin embargo, ahora, ir con el carné de prensa es perjudicial porque algunos grupos armados, legales (ejércitos) o ilegales (terroristas), soldados o paramilitares, tratan de impedir que el informador cuente qué sucede. Existe un rosario de ejemplos en los últimos años, a lo largo y ancho de todo el mundo. El más reciente Irak.

    Lenin decía que la verdad es revolucionaria y ésta, quizás, sea una de sus frases más afortunadas. Los periodistas tenemos la obligación de descubrir la verdad para contarla y transmitirla a los ciudadanos, independientemente de a quién beneficie o perjudique. Aunque esta revelación ponga en entredicho la, en ocasiones, falta de democracia y de respeto a los derechos humanos en Estados Unidos, el país más poderoso del globo, como ha sucedido con los recientes casos de torturas inflingidas por soldados estadounidenses a los presos iraquíes.

    Es habitual que, en los informes anuales de organizaciones humanitarias como Human Rigth Watch, Amnistía Internacional o Periodistas sin Fronteras, entre otras, aparezcan revelados los nombres de presidentes de, por ejemplo, Costa de Marfil, Zimbaue o Eritrea, como enemigos de la libertad de prensa. En esos lugares, no es anormal que haya informadores encarcelados o que, de vez en cuando, alguno aparezca asesinado. Lo mismo sucede con los mandatarios de Cuba, Haití, Birmania, Pakistán, China, Irak, Irán o Marruecos, por nombrar algunos. La república caribeña, dirigida por Fidel Castro, tiene el dudoso “honor” de ser la nación con mayor número de periodistas e intelectuales privados de libertad.

     Se considera “normal” que países no occidentalizados pisoteen derechos básicos, entre estos, el que todo ciudadano tiene a recibir una información veraz sobre lo que sucede en el mundo. Las denuncias hechas desde el Primer Mundo sobre países del llamado Tercer Mundo, son fáciles, porque no implican riesgo, y frecuentes.

    Hasta hace pocos años, ejercer el noble deber de informar en lugares de conflicto, suponía casi un salvoconducto. Sin embargo, ahora, ir con el carné de prensa es perjudicial

    La dificultad estriba en incluir a Estados considerados democráticos entre los violadores de la libertad de prensa, porque las consecuencias suelen ser graves. En ellos, salvo excepciones, no se da una represión frontal, pero sí se produce una presión, a menudo insoportable. En unas ocasiones sobre el periodista y en otras sobre el medio. Así, por ejemplo, en Italia, el presidente Silvio Berlusconi acumula un poder mediático más propio de una dictadura que de una democracia: es propietario de Mediaset, que agrupa tres canales privados, que compiten con la televisión pública, que también controla él. Asimismo, es dueño de Mondadori, uno de los principales grupos de prensa y editoriales del país. Hace unos días dimitió la directora general de la RAI (Radio y Televisión Pública Italiana), harta de las continuas intromisiones en su trabajo por parte del poder Ejecutivo.

    En Rusia, las autoridades instrumentalizan los medios de comunicación para que éstos sirvan a sus intereses, o emprenden una guerra sin cuartel contra aquellos que no se prestan a ser utilizados. La Ley protege tanto al mandatario que los profesionales “independientes” se autocensuran, temerosos de que, por infringirla, suspendan la circulación del medio. Por suerte, algunas de esas normas han sido declaradas inconstitucionales. No obstante, dieciocho periodistas fueron víctimas de agresiones en 2003 mientras investigaban sobre casos de corrupción o sobre el crimen organizado.

    También en Estados Unidos sufre la libertad de expresión a favor de intereses gubernamentales. En muchas ocasiones, el Gobierno llega a acuerdos con los editores de los grandes medios de comunicación para impedir que los ciudadanos vean imágenes como, por ejemplo, las del 11-S o, últimamente, las de los féretros de los soldados muertos en Irak. También han tardado en salir los vídeos de los presos iraquíes torturados a manos de militares estadounidenses. Pero, en este caso, por suerte, la verdad ha resplandecido, aunque sea lo primero que se pierde en un guerra.

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    Revista nº21

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