jueves, noviembre 21, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    Muerte de un reportero

    Ayer estuve de nuevo en una concentración en recuerdo de un periodista muerto. Ricardo Ortega, periodista de Antena 3, murió en Haití, víctima de los disparos de unos matones que, según parece, intentan con sus acciones violentas que no triunfe la revuelta popular que ha echado del poder a Aristide. Once meses después hemos revivido en esta profesión las dramáticas circunstancias de la muerte de un reportero en un zona de guerra. Muchas son las demandas que generó la muerte de nuestro querido José Couso entre sus familiares y amigos, demandas que siguen vivas. 

    Sólo me referiré a una que considero fundamental y por la que, como profesional del periodismo, seguiré peleando: un mayor reconocimiento legal del papel del periodista en los conflictos. 

    El periodista que acude a lugares en conflicto vive situaciones límite. Las vive a diario. Desde que llega al aeropuerto hasta que abandona el país, su cotidianeidad es vivir en peligro. La presión que ese ritmo cotidiano ejerce sobre el periodista le lleva a vivir al límite. Pero sabe que su misión es contar lo que pasa y que hay gente esperando su crónica porque se fían de ellos. Porque son sus ojos allí.

    A los medios de comunicación nos cuesta mucho llegar a este tipo de lugares. Es un esfuerzo, no sólo económico, sino personal, de muchos profesionales. La comunicación moderna ha hecho que cada vez sean más los periodistas que cubren conflictos y que, en esas zonas, la llamada “tribu” de la prensa crezca con personajes de todos los países. Lo que provoca que, cuando uno llega a estos países, se encuentra con multitud de periodistas, convirtiéndose su presencia en auténtica noticia. Camiones con material, cámaras y teléfonos última generación, ordenadores, unidades transportables de satélite y sobre todo, mucho dinero en efectivo. Los periodistas ya no pasan inadvertidos. Todos quieren estar con ellos, bien para hacer un negocio muy lucrativo en esos momentos en esas zonas: traductores, guías, conductores, reparaciones, etc.; bien para convertirse en noticia. Durante la guerra de Afganistán, las manifestaciones islamistas organizadas en Pakistán se hacían en función de las cámaras que hubiera en el lugar. La ciudad con más cámaras y periodistas era la ciudad con más manifestaciones. Hasta el punto de que se hablaba de país al borde de la guerra civil. Era mentira. Tan solo era una reacción provocada por el número de periodistas desplazados. 

    Los informadores nos hemos convertido en auténticos objetos de deseo por parte de los ciudadanos de estos países en conflicto. En Iraq o Afganistán, los saqueos en busca de dinero o material para revender eran constantes. En Pakistán, un grupo islámico secuestró al periodista Daniel Perl por ser americano y lo mató a sangre fría. Matar a un periodista garantiza la solidaridad y repercusión en el resto de medios de comunicación. La situación ha llegado a tal punto que las grandes cadenas de noticias de EEUU llevan guardaespaldas personales acompañado a sus equipos en Iraq. Incluso hay periodistas armados que han dado cursos de manejo de armas.

    Por todo ello, informar desde lugares calientes se pone cada vez más difícil. Yo no soy partidario de que el periodista vaya armado o lleve gente armada en su defensa. Es tanto como tomar parte en la guerra, tanto como reconocer que tal vez tengas que disparar antes de que te disparen. Sabemos los riesgos que corremos y los profesionales debemos trabajar para minimizarlos en la medida de lo posible. Por eso, cada vez recibimos más cursos de protección, llevamos material más cuidado de auto defensa y somos más prudentes. Claro que nada de eso te sirve si te dispara un tanque “amigo” a la habitación de tu hotel, como ocurrió en el caso de nuestro compañero José Couso.

    Los periodistas ya estamos trabajando para mejorar nuestra seguridad en este tipo de situaciones, sin embargo, creo que no es suficiente. A mí me enoja enormemente la manera inevitable en cómo se recibe la noticia de la muerte de otro periodista en un conflicto. El periodista no va allí a morir. Va a informarnos a todos de lo que pasa en esos sitios. Del sufrimiento de una población que no tiene ninguna de las garantías ni derechos fundamentales porque está en guerra. Por ello, creo que es justo que los poderes públicos reconozcan que este riesgo se asume en nombre de la sociedad. NO es la aventura de unos locos. Es una necesidad social que haya periodistas para contar lo que pasa en esos lugares en esos momentos. Sólo de esta manera, con un reconocimiento público, legal, internacional, se acabarán los excesos contra la prensa, bien sea de los poderes políticos que intenten un apagón informativo, bien de los grupos de presión locales que pretendan obtener el poder sin testigos incómodos. Cada vez que matan a un periodista en estas circunstancias están matando una parte de nuestra libertad. ¡Cuidémosla!

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    Revista nº20

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