En este 8 de marzo de 2021 en España se evocará el anterior, en el que las mujeres salieron a la calle sin que el coronavirus aún fuera pandemia. En esa jornada reivindicativa, sin tintes dramáticos, y mucho menos ásperos, ningún actor político, ninguna autoridad, percibió el peligro que entrañaba tal aglomeración. En este 8 de marzo no habrá celebraciones en la calle, y aunque se arrastrará el reproche al Gobierno de que no las hubiera impedido en el anterior, si nadie lo remedia, parte del feminismo sostendrá un duro enfrentamiento a cuenta de la futura Ley Trans. El conflicto se ventila en torno a un borrador del Ministerio de Igualdad, que la totalidad del Gobierno no ha hecho suyo. Por tanto, pugna entre los dos componentes del Gobierno, PSOE y Unidas Podemos, y batalla en el feminismo. Mal para las mujeres, mal para el movimiento feminista.
Poco a poco la atención sobre la transexualidad se ha ido abriendo camino en los organismos europeos y en algunos de sus países. Hay consenso en que los poderes públicos deben legislar sobre un colectivo fuertemente marginalizado cuando no explotado. El problema ha venido porque el anteproyecto surgido del Ministerio de Igualdad, con su ministra Irene Montero, al frente, ha suscitado el desacuerdo de otras áreas, esencialmente Justicia, y de la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, al entender que tal como está el documento anula la realidad biológica y su traslación jurídica. Esto es así porque aboga por el cambio de sexo documentalmente con tan solo manifestar la voluntad del cambio y sin informes médicos. En la actualidad el dictamen médico es imprescindible.
No debería enfrentarse el feminismo por los derechos de las personas trans, en coherencia y por respeto a su propia historia, siempre a favor del reconocimiento de esta realidad. Pero hace falta sosiego y absorber lo mejor de las legislaciones extranjeras en su regulación. Un período de reflexión de seis meses tras expresar la primera manifestación del cambio de sexo en los documentos, como rige en Dinamarca, parece adecuado así como el análisis de las consecuencias reales de ese cambio. Se cita el mundo del deporte en el que los transexuales podrían estar interesados en el cambio para tener ventajas sobre el resto de las mujeres, según recelan los contrarios. También esa ventaja se podría dar en personas condenadas a prisión para así conseguir ir a cárceles de mujeres. Sí, estos son algunos de los argumentos en contra del proyecto del Ministerio de Igualdad. El cuidado de los menores, que sienten una identidad de género diferente de la que nacieron, obliga al legislador a ser sumamente cuidadoso.
El debate está envuelto en un enconamiento notable con argumentos envueltos en la hipérbole. Por ejemplo, se aduce que la facilidad en el cambio de identidad, se produce “un borrado de la mujer”. Evitar esa extinción del hecho biológico pero aproximarse a la autodeterminación de la identidad, es el camino que debe recorrerse y ello sin necesidad de tratamientos médicos de gran coste físicos y psíquicos. La materia es muy delicada. Lo lamentable sería la división del mundo feminista cuando aún queda mucho camino por recorrer en la defensa de los derechos de las mujeres en todos los ámbitos. La unidad y no la disputa por la ampliación de derechos, de manera consensuada, es la que debe marcar el 8 de marzo en una sociedad abierta y avanzada.
Anabel Díez