“Azcárate era el amigo feminista que todas hubiéramos querido tener”
Cristina Oñoro, escritora que cautivó a los lectores con Las que faltaban. Una historia del mundo diferente (Taurus, 2022), acaba de publicar En el jardín de las americanas. Una historia transatlántica (1871-1936), un apasionante relato sobre los vínculos transatlánticos de la Residencia de Señoritas con las misioneras americanas protestantes que fundaron en España el Instituto Internacional. Una historia en la que tuvo un papel importante, entre otros muchos, Gumersindo de Azcárate, y que nos transporta al comienzo de la promoción de los estudios superiores de las mujeres, tan determinantes hoy de la mayoritaria presencia femenina en el ámbito jurídico. Para escribir su ensayo, Oñoro, quien es Profesora Titular de Teoría de la literatura y Literatura Comparada en la Universidad Complutense de Madrid, ha trabajado en los archivos de Harvard, Smith College y Girton College, en Cambridge, así como en el archivo de la Residencia de Señoritas de Madrid que actualmente conserva la Fundación Ortega-Marañón.
En 1861 se creaban los Registros de la Propiedad, impulsados por todo un espíritu reformista que tardaría en calar. Diez años después comenzaba la historia que relata su libro, con la llegada de Alice Gulick a España. Vista su experiencia investigando, ¿deberíamos valorar más la repercusión presente de las historias?
En el jardín de las americanas comienza en una fecha cercana a la que mencionas. Arranca en 1871 con la Mission to Spain que el matrimonio Gulick, misioneros protestantes y apasionados defensores de la educación femenina procedentes de Boston, llevaron a cabo en nuestro país. Venían auspiciados por la libertad de culto promulgada en la Constitución española de 1869. Aun así, sobre todo durante los primeros años que pasaron en Santander, recibieron persecuciones y hostilidades; pero también entraron pronto en contacto con los intelectuales krausistas, como Gumersindo de Azcárate, con quienes tanto compartían en materia educativa y de reforma social. En el jardín de las americanas se pregunta sobre lo que olvidamos y lo que recordamos, lo que conservamos y lo que desechamos, como sociedad y como individuos, y para ello utiliza la poderosa metáfora del archivo. Creo que la historia de este grupo de educadoras americanas que llegaron a España para luchar por la educación femenina superior es sin duda una historia que merece la pena recordar. A mí, desde luego, me habría encantado estudiarla en el colegio. Tuve la suerte de contar con una beca Leonardo de creación literaria de la Fundación BBVA que me permitió viajar por Estados Unidos, Inglaterra, España y Francia consultando archivos y siguiendo las huellas de este grupo de americanas que se dejaron la vida luchando por la educación de las mujeres.
A juzgar por la experiencia, ¿están las historias pasadas que configuran nuestro presente demasiado escondidas?
Al escribir mi libro anterior, Las que faltaban, pude constar que las contribuciones de las mujeres a la historia de la humanidad han sido silenciadas y ninguneadas desde que tenemos memoria. Pero también que siempre estuvimos allí, aunque sea en la sombra. Por eso creo que muchas historias de mujeres no están escondidas sino que, en realidad, ahora estamos empezando a mirar en los lugares en los que podían habitar para contarlas. En los últimos años están surgiendo muchas historias de mujeres porque las académicas de muy diversas disciplinas nos preguntamos por ellas y deseamos sacarlas a la luz. Es uno de los efectos de la entrada de las mujeres en la universidad: se han revolucionado los estudios sobre la prehistoria, de historia del arte o literarios. Poco a poco, empezamos a situar en el mapa las aportaciones femeninas y la visión del mundo de las mujeres. Es toda una revolución epistemológica, pues resitúa saberes, impulsa nuevas preguntas y a menudo tira por tierra algunos clichés heredados. En este caso, por ejemplo, descubrimos a muchas mujeres de la Edad de Plata que llevaron a cabo aportaciones tan relevantes como las de sus compañeros varones que conocemos mucho mejor.
“En el jardín de las americanas arranca en 1871 con la Mission to Spain que el matrimonio Gulick, misioneros protestantes y apasionados defensores de la educación femenina procedentes de Boston, llevaron a cabo en nuestro país”
El Instituto internacional entabló relación con la Residencia de Señoritas, según se relata en el libro, por un hecho muy familiar en la práctica registral: ambas entidades eran “vecinas”, sus fincas eran colindantes, e incluso llegaron a compartir un jardín como elemento común. ¿Valoramos suficientemente la importancia de crear los espacios adecuados para el desarrollo de las instituciones?
Efectivamente, el Instituto Internacional se estableció en la misma manzana en la que luego estarían la Residencia de Estudiantes (antes de mudarse a los Altos del Hipódromo) y la Residencia de Señoritas. Junto al Paseo de la Castellana, en la confluencia de las calles de Fortuny, Miguel Ángel y Rafael Calvo. A pocos pasos estaba la Institución Libre de Enseñanza y la casa-taller del pintor Joaquín Sorolla. Y, un poco más allá, el Museo de Ciencias Naturales y otras creaciones de la Junta de Ampliación de Estudios. Esta vecindad no era una casualidad. Tanto para las americanas como para las españolas era vital crear esos espacios de convivencia y cercanía, como en los colleges de Estados Unidos o Inglaterra, donde los alumnos viven y comparten espacios de sociabilidad con los profesores. Estos espacios permitían llevar una auténtica vida colegial (conferencias, estudio en bibliotecas, veladas, paseos, ratos al aire libre en el jardín, deportes, asociaciones, trabajo en laboratorio, excursiones…) pues ambas instituciones estaban convencidas del poder transformador de esta relación estrecha entre profesores y alumnos. María de Maeztu exigía a sus alumnas que tomaran el té todos los días con sus compañeras, pues sabía lo importantes que eran esos espacios de convivencia en los periodos de formación y aprendizaje.
¿Tan descabellado era promover los estudios superiores de las mujeres cuando llegaron aquellas americanas a España o cuando comenzó la Residencia de Señoritas?
A diferencia de otros países en los que las mujeres tenían estrictamente prohibido pisar un aula universitaria, en España, las mujeres podían matricularse, aunque existían numerosos obstáculos, tantos, que Concepción Arenal prefirió vestirse de varón a mediados de siglo XIX, en su época de estudiante en la Universidad Central. Por ejemplo, precisaban un permiso especial de la autoridad (del profesor) que garantizara que no habría un escándalo en el aula; si lo conseguían, el catedrático las esperaba en un cuarto separado y las conducía hasta la primera fila, donde debían sentarse. Otra dificultad era dónde vivir. Las chicas que llegaban de provincia y no tenían familia en las ciudades universitarias lo pasaban mal en este sentido, pues las pensiones no eran lugares adecuados para ellas. María de Maeztu recordaba los chinches y ruidos que había en la que ella misma se alojó. En 1910, muchas de estas dificultades disminuyeron, pues se eliminaron los obstáculos legales para entrar en el aula universitaria. De ahí que se fundara la Residencia de Señoritas y también la Residencia Teresiana en Madrid, precisamente para ofrecer opciones de alojamiento a las futuras universitarias españolas. Pero en un inicio, como repetía María de Maeztu, fue un experimento. No sabían si las mujeres se animarían a matricularse en la universidad. Afortunadamente, aquel experimento fue un éxito total y en pocos años las aulas de muchas carreras estaban pobladas por mayoría de mujeres. El resto es historia.
Para aquellas americanas fue sin duda una aventura. ¿Encontraron mucho más de lo que vinieron a buscar?
Las protagonistas del ensayo se llaman Alice Gulick, Susan Huntington, Caroline Bourland, Mary Louise Foster y Katherine Whitmore. Estuvieron primero en Santander, San Sebastián y Biarritz y, finalmente, a partir de 1903, en Madrid, donde establecieron el Instituto Internacional para niñas en España. En esta ciudad su destino se acabaría cruzando con el de las profesoras y estudiantes de la Residencia de Señoritas, como María Goyri, María de Maeztu y Zenobia Camprubí. Ambas instituciones compartieron edificios, proyectos, luchas y sueños. Y también un bonito jardín en la madrileña calle Fortuny. El libro reconstruye la historia de esta amistad y ofrece una visión transatlántica y femenina de la Edad de Plata. Encontraron mucho más de lo que vinieron buscando, sí. Como evangelizadores protestantes no tuvieron mucho éxito, pero el legado que dejaron en la educación femenina fue enorme. Sobre todo en el siglo XX, que abordo en la segunda parte del libro, su amistad con la Institución Libre de Enseñanza dio muchos frutos. En el libro también recreo el lado más humano de los protagonistas de esta historia. Por ejemplo, rememoro la amistad que tuvo en la infancia la esposa de Gumersindo de Azcárate, Emilia Innerarity, con Alice Gulick, una conexión de lo más novelesca. O que Pedro Salinas se enamoró profundamente de Katherine Whitmore, la última americana de mi historia, quien inspiró sus poemas de amor, como La voz a ti debida, que todos hemos leído.
“Poco a poco, empezamos a situar en el mapa las aportaciones femeninas y la visión del mundo de las mujeres. Es toda una revolución epistemológica, pues resitúa saberes, impulsa nuevas preguntas y a menudo tira por tierra algunos clichés heredados”
Emilia Innerarity se casó con Gumersindo de Azcárate, figura muy valorada por nosotros. ¿Qué nos puede contar de aquel matrimonio?
Formaban la pareja perfecta. Emilia era buena y dulce, y acababa de cumplir dieciocho años. Educada por unos padres liberales, poseía cultura y un refinado gusto para el arte. Cuando se conocieron, Azcárate era un joven desconocido que tenía toda la vida por delante. Había estudiado Jurisprudencia y Derecho en Oviedo y Madrid, y acababa de hacerse amigo de Giner en las tertulias a las que asistían, junto al resto de krausistas, en la calle Cañizares. Gracias a su padre, Patricio de Azcárate, a quien estaba muy unido, hacía poco que había conocido a Sanz del Río y a Fernando de Castro, cuyas enseñanzas lo entusiasmaron. Cuando Emilia se fijó en él, Azcárate tenía ya un empleo, pues había aprobado una oposición para una plaza de auxiliar en la Dirección General del de la Propiedad (denominación de los primeros Letrados). Su unión fue total. La boda se celebró el 20 de octubre de 1866 en la parroquia de San José, en el número 43 de la calle de Alcalá. Lamentablemente, Emilia moriría poco tiempo después dando a luz a su primer hijo, quien también falleció a las pocas horas. Fue un golpe durísimo para Azcárate.
A partir de aquel enlace, don Gumersindo, pese a quedar viudo ¿siguió colaborando en la promoción de la formación superior de las mujeres?
En el libro bromeo diciendo que Gumersindo de Azcárate era el amigo feminista que en el siglo XIX todas hubiéramos querido tener. Idealista y tolerante, todas las biografías que se han escrito sobre él subrayan la bondad de su carácter, así como el profundo sentido democrático que movía su quehacer político. Su compromiso con la formación de las mujeres fue enorme, y lo llevó a cabo en muchos frentes. Fue una figura clave en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, de la que fue presidente, fundada en 1870 por Fernando de Castro, semilla de todas las iniciativas y reformas posteriores en materia de educación femenina. Él fue quien asesoró personalmente a Alice Gulick, dada la amistad que había tenido con su esposa Emilia, para establecerse en Madrid y comprar los edificios del Instituto Internacional. Intercedió, al igual que Nicolás Salmerón, para que sus alumnas pudieran matricularse en la Universidad Central y continuar formándose con el apoyo de sus profesoras americanas. A un nivel más personal, Azcárate sentía gran admiración hacia las mujeres, como Concepción Arenal, y tuvo grandes amigas mujeres también. Una de ellas fue Sarah Gillespie, la madrastra de su esposa Emilia, una mujer cariñosa, cultivada, muy informada sobre la situación política internacional. En los archivos de la Real Academia de la Historia pude consultar su correspondencia, que mantuvieron durante mucho tiempo, cuando él ya era viudo. En diferentes biografías se señala que ella fue quien enseñó inglés a Gumersindo y a Giner de los Ríos. Además de su compromiso con la educación de las mujeres, lo que volvía a don Gumersindo un aliado clave para nuestras americanas era su formación jurídica y su vinculación al Registro de la Propiedad, pues podía asesorarlas para la compra de los edificios que tan importantes eran para ellas (de hecho, Azcárate trabajó como jurisconsulto para la embajada de Inglaterra durante mucho tiempo). Fue él quien les presentó al señor Labiano, un corredor de fincas que acompañó a los Gulick por Madrid para visitar diferentes edificios en venta hasta que se decidieron por los terrenos de la calle de Fortuny y de Miguel Ángel.
“El compromiso de Gumersindo de Azcárate con la formación de las mujeres fue enorme, y lo llevó a cabo en muchos frentes. Fue una figura clave en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, de la que fue presidente, fundada en 1870 por Fernando de Castro, semilla de todas las iniciativas y reformas posteriores en materia de educación femenina”
La historia narrada empieza en el siglo XIX y, como los historiales registrales, dura hasta hoy. Narra cosas apasionantes del siglo XX como el histórico crucero universitario por el mediterráneo del verano de 1933, en el que participaron algunas señoritas de la Residencia. Una experiencia que en casi un siglo no se ha vuelto a repetir, pese a los medios actuales. ¿Debería inspirar toda esta historia mejores prácticas en nuestra enseñanza superior?
En el jardín de las americanas transcurre en un periodo apasionante, entre 1871 y 1936, con movimientos como el sufragismo y el abolicionismo de telón de fondo. Pero también con la guerra hispano-estadounidense, la Primera Guerra Mundial, las vanguardias y el clima de conflicto prebélico que asoló Europa en los años treinta. El libro comienza y termina con un viaje en el mar. Quiere ser una narración optimista sobre el poder de la educación, los viajes, las relaciones interculturales y los vínculos de amor y amistad tejidos a través del estudio, los libros y las humanidades durante la juventud y los años de formación universitaria. Hoy me parece realmente necesario recordar esta historia en la que sus protagonistas proceden de diferentes países pero entienden que solo desde el internacionalismo y la lucha común se conquistarán de manera definitiva los derechos de las mujeres. Respecto a las buenas prácticas educativas, sin duda creo que estamos en un momento de transición educativa, con grandes desafíos en el horizonte, y por eso es más necesario que nunca recuperar el espíritu de la ILE, su confianza en que a través de la educación se puede cambiar el mundo. Los intercambios erasmus son uno de los mejores frutos que ha dejado la Unión Europea y tienen su origen en aquellas experiencias como el Crucero de 1933 o las Universidades Internacionales de Verano que recrea En el jardín de las americanas. En el libro entrevisté a la nieta de una de las cruceristas, Carmen Giménez, quien me decía que aquel crucero por el Mediterráneo capitaneado por García Morente, decano de la facultad de Filosofía, en el que participaron un puñado de estudiantes universitarios entre los que figuraban apellidos tan famosos como Pérez de Ayala, Marías, Tovar, Marañón o Menéndez Pidal fue una de las experiencias más importantes en la vida de su abuela. Hoy sabemos que aquella confianza en la educación y la cultura no fue suficiente, pues en los años treinta llegó el desastre. Pero, aún así, debemos recuperar y repetir aquel sueño educativo y democrático.
Diego Vigil de Quiñones Otero