El ejercicio del periodismo político tiene muchas coincidencias con el ejercicio de la prostitución callejera. Si lo sabré yo que durante años me he dedicado, mayormente, al primero: hasta que me echaron.
Voy a poner un ejemplo de esas coincidencias: en ambas aperreadas y honestas profesiones se conoce a mucha gente; acaso más con la prostitución, pero de forma menos variada que en el periodismo.
Y en el folio registral de mi memoria cansada guardo recuerdo de dos registradores de la propiedad a los que conocí cuando yo era cronista parlamentario y ellos estaban en el banco azul gubernativo de la extinta UCD, el partido de Adolfo Suárez. Uno fue Pío Cabanillas Gallas (es necesario el segundo apellido porque el tirón dinástico, al que tan aficionado es el presidente Aznar, llevó a un hijo del mismo nombre a cargo con ministerio). El otro, Enrique de la Mata.
El famoso Pío, que tantas cosas fue, era notario, además de registrador; y también letrado de la Dirección General de los Registros y del Notariado. Y me contaba como en el tiempo de su paso por allí ocupó un despacho donde estaba la mesa utilizada por Manuel Azaña, cuando fue jefe de negociado de esa misma Dirección General.
Azaña, ciertamente, opositó a ella después del fracaso del negocio familiar con una fábrica de energía eléctrica que tenían en Alcalá de Henares. Y en la casa de Alcalá se encerró un verano para preparar la oposición, según él mismo contaba:
– Eché la cuenta de los días que tenía por delante y de los temas que contestar con arreglo al programa publicado. Primero, con un montón de libros fui apuntando cada respuesta precisa. Cuando tuve los apuntes hechos, me los aprendí de memoria, de manera que pudiese repetirlos maquinalmente. Si me ponía a discurrir, preocupado como estaba con mis cosas, podía írseme el santo al cielo. Llegué a saberme todos los temas en cualquier orden, salteados, al azar de una bola, como había de ser el ejercicio oral, a capricho de una u otra pregunta. Desde luego toda la ley hipotecaria.
Y en el folio registral de mi memoria cansada guardo recuerdo de dos registradores de la propiedad a los que conocí cuando yo era cronista parlamentario y ellos estaban en el banco azul gubernativo de la extinta UCD
Hablando de esto con Enrique de la Mata, una tarde en su hermoso despacho presidencial de la Cruz Roja en la madrileña glorieta de Rubén Darío, junto al puente sobre la Castellana que hoy lleva su nombre, me refirió como llegó a registrador:
– Era una prueba que tenía que pasar para consolidar mi posición socioeconómica y en mi trayectoria familiar parece que era una tradición obligada: mi padre era abogado del Estado y mi abuelo fue notario. Yo hice registrador y estuve prácticamente tres años sin salir a la calle y tuve la fortuna de sacarlas a la primera.
(También Azaña sacó las de letrado a la primera y con el número dos).
El letrado Azaña llegó a presidente de la República, la segunda y última hasta hoy, de la que fue jefe de Gobierno con el presidente Alcalá Zamora también un registrador: Manuel Portela Valladares, que tuvo una preparación de oposiciones tan intensa como las de Azaña y De la Mata pero mucho más curiosa. Porque Portela las preparó con un trombón de varas…
(Han leído ustedes bien: un trombón de varas. Un instrumento músico de metal, sin el cual nuestro registrador en proyecto nunca hubiera llegado a serlo).
Pero esa, Kipling dixit creo, es otra historia que no cabe ahora aquí.