Mercedes Rajoy

Una sonrisa amplia

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Mercedes Rajoy Brey ha fallecido en Madrid de modo inesperado privándonos de la posibilidad de despedirnos, se fue con la discreción que le caracterizaba.

Registradora titular del Registro de la Propiedad de Madrid 54, era profesionalmente brillante. Ostentaba el número 98 del escalafón, al haber ingresado muy joven en el cuerpo de registradores de la propiedad, mercantiles y de bienes muebles. Pertenecía a la promoción de 1981, cuando en los registros apenas ejercían una veintena de compañeras. 

Procedía de una familia de relevantes juristas, su padre D. Mariano Rajoy Sobredo fue un reputado magistrado, presidente de la Audiencia Provincial de Pontevedra, que le inculcó su sentido de la justicia y del esfuerzo. Valores que Mercedes no abandonó nunca. Sus opiniones, sobre las cuestiones jurídicas que se debaten en el ámbito registral, eran apreciadas por todos los compañeros. Unía a un riguroso conocimiento de las normas aplicables, la ponderación que deriva de una profunda sensibilidad hacia la realidad social en cuyo ámbito se aplican. Tenía esa rara habilidad que sólo los grandes juristas poseen y que los griegos llaman epiqueya: sabía encontrar el espíritu de la ley, la equidad, sin violentar la norma.

Mercedes poseía una honda conciencia cívica, que se materializaba en la creencia de que se podía mejorar la sociedad desde el ejercicio de nuestra función. En cada oportunidad que la vida colegial le brindaba, nos conminaba vehementemente a integrarnos más activamente en la sociedad civil de la que formamos parte. No podía dejar pasar la injusticia sin rebelarse.

Pertenecía a una familia muy unida los Rajoy Brey cuya madre, Dª Olga, también les dejó muy pronto. Una ausencia que alentó a los hermanos a apoyarse unos a otros como ella hubiera querido. Mercedes era mucho más que la hermana de Mariano Rajoy a quien admiraba y quería, Mercedes era por sí misma y ante todo una gran mujer.

La personalidad de Mercedes surgía desbordante a través de su sonrisa, una sonrisa amplia y franca. Era todo vitalidad, optimismo, era desbordante. Firme en sus opiniones, valiente en su defensa, y elegante en su discusión.

Su sola presencia transformaba el ambiente, era acogedora, alegre y cariñosa. Generosa con todos hasta con los que rebatían sus ideas o su modo de actuar.

Casada con Francisco Millán Món, y madre de 3 hijos, los suyos lo eran todo. A ellos les trasladó los mismos valores que recibió de su padre: el esfuerzo y la justicia. Decidida, no dudó en pedir una excedencia, cuando no pudo compatibilizar el trabajo y la familia. Los dos aspectos de su vida eran importantes para ella, y su sentido de la responsabilidad no admitía las medias tintas en ninguno de ellos.

La Institución Registral pierde a una de sus mejores profesionales, pero nos deja un estilo propio que imitar. Los que la conocimos, los que disfrutamos de su presencia y amistad, no la podremos olvidar nunca.

María Emilia Adán