Siento cierta aprensión hacia los libros que aseguran enseñarnos a ser felices o a darnos recetas de la felicidad. La felicidad no es un conocimiento que se adquiere como las ecuaciones algebraicas (ya se que Eduard Punset ha llegado a escribir la fórmula de la felicidad, pero no deja de ser una pirueta filosófica). Ni tampoco es un plato que se guisa a fuego lento como la ternera a la jardinera o el bacalao al pil-pil. La felicidad es un intangible, una categoría según el lenguaje filosófico, alrededor del cual intentamos manejarnos no sin grandes dificultades por la vida. Y para ello nada mejor que aprender a disfrutar de esto que el doctor Albert Figueras denomina los placebos de la vida, que son la base de su ensayo “Pequeñas grandes cosas” (Plataforma Editorial). Todo lo que figura en las obras llamadas de autoayuda, que en ocasiones consiguen vender millones de ejemplares, está presente en los filósofos clásicos, así que mejor acudir directamente a ellos. Platón suele ser el gran plagiado y a él se debe la sentencia que desarrolla Figueras en su interesante libro: “Si no deseas mucho, hasta las cosas pequeñas parecen grandes.”
Uno de los éxitos editoriales de los últimos tiempos corresponde a Philippe Delerm que publicó en Francia una colección de relatos breves en donde repasaba aquellas situaciones que le hacían sentirse bien. Se trataba de momentos cotidianos que son como recompensas personales, que contribuyen a hacer más fácil la vida. El cruasán caliente del desayuno, el suéter del otoño, el diario a primera hora de la mañana, el ruido de la dinamo de la bicicleta, el olor del césped recién cortado o el sorbo de la cerveza fría serían algunas de esas inyecciones placenteras que pueden actuar como revitalizadores de nuestras vidas, que nos hacen sentir mejor con nosotros mismos, que nos dan carta de pertenencia en una comunidad. Figueras les llama los placebos de la vida, porque son estas situaciones que pueden parecen intrascendentes pero que hacen que percibamos el mundo de una manera más intensa, de un modo más íntimo. Valorar estas pequeñas cosas, estos momentos tan personales y tratar de ser creativos en las cosas que hacemos diariamente nos permite modular la reacción ante los estímulos no siempre agradables que recibimos de nuestro entorno. Y a la vez nos hace ser menos predecible y por ello más libres, dándonos más seguridad y aportando más certezas.
Cita Figueras a Max Frish en “Homo Faber” cuando dice: “Muchas veces me he preguntado qué debe querer decir la gente cuando habla de una experiencia maravillosa. Yo soy técnico y estoy acostumbrado a ver las cosas tal como son (…) Veo la luna sobre el desierto de Tamaulipa –más clara que nunca, tal vez sí– pero la considero una masa calculable que gira alrededor de nuestro planeta.” No deja de ser triste la visión del científico del relato que sólo sabe ver en la luna un satélite de una densidad determinada, cuando ha inspirado a amantes y a poetas, generando una emoción imprecisa pero intensa que no puede reducirse a un teorema astrofísico. Placebos de la vida son estas situaciones o acciones que contribuyen a incrementar el bienestar o a reducir el estrés, lo que nos predispone para disfrutar de los momentos positivos y para resistir las circunstancias negativas. No se trata de andar con gafas de cristales de color de rosa, como advierte el autor del libro, ni de poner azúcar glas a la realidad, sino de utilizar esta energía sutil que nos producen determinadas situaciones para recargar las baterías y poder seguir avanzando por la vida con fuerza.
Placebos de la vida son estas situaciones o acciones que contribuyen a incrementar el bienestar o a reducir el estrés, lo que nos predispone para disfrutar de los momentos positivos y para resistir las circunstancias negativas
Giuseppe Tomasi di Lampedusa estaba encantado levantándose temprano y yendo a pie hasta la pastelería en la que desayunaba durante horas mientras leía a Balzac o a Proust. Gracias a aquellos placebos de felicidad se atrevió un día a escribir “El Gatopardo”, que desgraciadamente no llegó a ver publicada y que siempre temió que fuera una porquería. Sin embargo, la obra de Lampedusa ha desencadenado, a su vez, nuevos placebos de felicidad entre sus lectores. Un milhojas siciliano como los que desayunaba el escritor o la lectura de una obra maestra como la suya son dos ejemplos de placebos, que no garantizan la felicitan pero que pueden contribuir a que seamos más felices.