Hace 25 años, cuando nacía la revista Registradores, se oteaba la llegada de internet a los medios de comunicación como una realidad imparable que iba a cambiar, si no revolucionar, el entorno. La era digital comenzaba entonces, prácticamente al unísono con el cambio de milenio, y nadie que se sintiera implicado en él podía negar que la conquista de las cabeceras, que hasta la fecha dominaba el papel, iba a ser cosa de pocos años.
Los grupos editores sintieron, en esas circunstancias, la creciente necesidad de adaptarse a la cambiante oferta y demanda que producía el impacto de las nuevas tecnologías en la producción informativa. “Se intuye el nacimiento de los shares multimedia, generales y de segmentos, que permitan ubicar en cada momento del día, los movimientos, aplicaciones y hábitos de las audiencias sobre el conjunto de sus prácticas mediáticas. Y no solo como medición cuantitativa de consumos, destinados a satisfacer los requerimientos de los anunciantes, sino como valoración intrínseca de la satisfacción o gratificación de aquellos; esto es, como guía para la producción de contenidos y la gestión de los mercados”. Con este párrafo concluía el profesor Bernardo Díaz Nosty la introducción del Informe Anual de la Comunicación 2000-2001, editado por el Grupo Zeta y la Asociación para la Investigación y el Desarrollo de la Comunicación.
Ha pasado un cuarto de siglo; pero la intuición del autor del informe estaba más que sustentada. Era una tendencia que acabaría por implantarse de forma definitiva a partir de la gran crisis económica de 2008, cuando la publicidad cayó dramáticamente en los medios tradicionales (ya nunca volvió en la misma proporción por los mismos canales) y obligó a los grupos de comunicación a nuevas estrategias, acordes a los nuevos tiempos. Las empresas vieron que la supervivencia no iba a estar determinada por las ventas publicitarias y sí por el pago por consumo, cuyo registro facilitaba los nuevos soportes interactivos. Es decir, la producción de contenidos debía ajustarse a otras pautas.
La transformación tecnológica, además de la adaptación de los medios tradicionales al soporte digital, dio lugar a la aparición de nuevos medios nativos digitales con nuevas fórmulas y nuevas costumbres; pero también trajo consigo un proceso inicial de concentración, que, más que confluir en ser empresas especializadas, perseguían convertirse en corporaciones mercantiles con altas rentabilidades económicas. Fue un proceso considerado inevitable en la lógica económica, pero no muy factible en la del espacio de la libertad de expresión y, sobre todo, de información, en la que debe prevalecer el derecho de los ciudadanos a estar informados. “Si no se toman medidas para asegurar la independencia de los periodistas, estamos ante una seria amenaza a la pluralidad de los medios. Nos encontramos ante una gestión privada de la información que difunden contenidos de acuerdo a sus estrategias de mercado”, manifestó el entonces secretario general de la Federación Internacional de Periodistas (FIP), Aidan White.
La irrupción de las redes sociales, que, por su capacidad de penetración y de difusión de noticias falsas, no han hecho ningún favor al mundo del periodismo, caracterizado precisamente por ofrecer una información veraz, contrastada y contextualizada, respetuosa con los códigos éticos y deontológicos de la profesión
También supuso la irrupción de las redes sociales, que, por su capacidad de penetración y de difusión de noticias falsas, no han hecho ningún favor al mundo del periodismo, caracterizado precisamente por ofrecer una información veraz, contrastada y contextualizada, respetuosa con los códigos éticos y deontológicos de la profesión. La preocupación radicó, entonces, en la amenaza que suponía para la democracia, la pluralidad y la calidad de los medios; en definitiva, para las libertades de expresión y de información consagradas en la Constitución.
Se estaba generando el caldo de cultivo del gran mal de la era digital, el crecimiento de la desinformación. Las redes sociales no son un soporte periodístico, aunque es verdad que los medios las utilizan para avanzar alguna exclusiva o dar una noticia urgente que los ciudadanos necesitan saber. Desde ese punto de vista, el que mejora la capacidad de comunicación y permite difundir informaciones necesarias, son beneficiosas. Sin embargo, el problema radica en el mal uso que se hace de ellas, con intereses perniciosos y malas prácticas, normalmente provenientes de grupos de presión y teñidas de la polarización política. Eso es lo que hay que evitar desde el periodismo, como garante de los derechos democráticos y soporte de la cultura democrática.
Miguel Ángel Noceda