Un clamor recorre el mundo. La humanidad tiene un reto con millones de seguidores: Salvar el planeta. El 27 de este pasado septiembre no podrá olvidarse ante el grito y la exigencia de acciones efectivas contra el cambio climático. Se trata de la revolución más potente del siglo XXI, junto a la de las mujeres en la demanda por la igualdad real. El combate contra el cambio climático no puede asociarse ya a una ideología, es una demanda compartida y transversal que, por fortuna, empieza a inculcarse en las primeras etapas de la educación. Esa es la base que hace concebir muchas esperanzas en que la concienciación se adquiera con naturalidad, de forma indubitada.
Esa jornada de septiembre, con multitudes a favor de la revolución verde, fue el colofón de los discursos de los mandatarios en Naciones Unidas. En esta ocasión, los gobernantes han tratado de no ser ajenos al pálpito ciudadano, y de las organizaciones que contra viento y marea e incomprensión generalizada, alertan desde hace años de la catástrofe que se avecina si no se reacciona ante el calentamiento global. La huelga por el clima se siguió en 150 países y en España tuvo una adhesión de más de quinientas asociaciones y el apoyo de los principales partidos. No se recuerda una movilización de esta magnitud por llamadas a combatir el cambio climático. Los jóvenes han sido los protagonistas.
De vuelta a lo ocurrido en Nueva York, los participantes en esa conferencia del clima llegaron advertidos por su impulsor, Antonio Guterres, secretario general de Naciones Unidas: Absténgase los gobernantes de limitarse a sorprender con su oratoria sobre los males que acechan la vida en el planeta, planteen medidas concretas y, sobre todo, comprométanse a cumplirlas. Hubo propuestas, precedidas del discurso de la adolescente sueca Greta Thunberg, que instó al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump a que escuchara a la ciencia. Sí, quizá ha hecho falta que la joven activista hiciera una llamada al mundo para captar la atención de quienes aún no habían tomado conciencia de que el género humano, sin excepciones, debe sentirse concernido en la lucha contra el cambio climático.
«Sería desmesurado, e injusto, no obstante, atribuir a la joven escolar haber dado un vuelco en la toma de conciencia mundial sobre los males que acechan la tierra. Antes de que ella naciera muchos hombres y mujeres han advertido sobre ello»
Sería desmesurado, e injusto, no obstante, atribuir a la joven escolar haber dado un vuelco en la toma de conciencia mundial sobre los males que acechan la tierra. Antes de que ella naciera muchos hombres y mujeres han advertido sobre ello, y muchos han sido los científicos que han llamado a todas las puertas del poder para que escucharan su voz.
Aun así, las decisiones adoptadas en la ONU no han sido tantas y tan profundas como se esperaban, pero no se parte de cero. Todos los gobiernos han ido incorporando a sus legislaciones medidas aunque las resistencias continúan. Acaso la más preocupante sea la que viene de un gigante, Estados Unidos, empeñado en rebajar los controles de emisiones de metano aprobados en la administración de Barack Obama. Reconforta, sin embargo, que algunas empresas ya hayan anunciado que pese a una eventual nueva legislación, mucho más laxa, mantendrán la misma pulcritud y exigencias en los controles.
En España, con un gobierno en funciones y en vísperas electorales, ningún partido se quiere quedar atrás en la agenda contra el cambio climático. Nadie puso ninguna objeción a que el Consejo de Ministros del pasado 26 de septiembre aprobara un Programa Nacional de Control de la Contaminación Atmosférica para reducir los niveles de contaminación de compuestos y sustancias nocivas para la salud. Nadie se atreverá, gobierne quien gobierne, a derogar ese plan. Los negacionistas no tienen ningún futuro.
Anabel Díez