Respondiendo a la pregunta que da título a este artículo puedo decir que lo más hermoso, como periodista que soy, es contar qué es la Justicia y qué pasa en ella y con ella. Cuando llegué al mundo de la Justicia, de los tribunales, me parecía un mundo difícil, muy difícil. Lo era, y lo es. Pero le cogí el gusto y puedo decir que me encanta. Y me parece apasionante trabajar en ella, tanto por los derechos de cada uno como contarlo. La Justicia, que escribo con mayúscula, intenta dar lo justo a cada uno, lo que le corresponde.

Si busco definiciones de la Justicia lo primero que hago es acercarme al latín, “lo justo”. Si voy a la RAE, “principio moral que lleva a determinar que todos debemos vivir honestamente”. Y si me aproximo a la Filosofía, me dice que es “la virtud que orienta a las demás virtudes humanas hacia el bien común y no hacia el individualismo, porque la Justicia implica igualdad”. Me gusta “lo justo”.

Pero eso de “lo justo” no siempre es fácil. Tengo la suerte de vivir en España, un Estado muy garantista, con seguridad jurídica, con grandes profesionales en el mundo jurídico, en el mundo de la Justicia. Y con muchos problemas, como cualquier otro país. Pero cuando las cosas tienen que pasar por la Justicia tarde o temprano se resuelven. Aunque no es plato de gusto para nadie. La vida tiene situaciones muy injustas en muchos lugares y me pregunto qué pasa con esas personas a las que la Justicia no les llega.

Podemos dar un paseo por el mundo y ver cómo está. Sin salir de nuestro país podemos ver la cantidad de inmigrantes que llegan en pésimas condiciones en busca de un mundo mejor, que si saben el calvario que tienen que pasar no habrían salido de su casa. La mayoría encuentra un mundo mejor, con dificultades, pero mejor. Nos lamentamos de las desgracias de muchas personas, lo vemos todos los días en los medios de comunicación. Noticias que nos llegan desde Gaza, Israel, Ucrania, Rusia… y de otros muchos lugares de los que no nos acordamos porque nadie dice nada, porque prácticamente no importan a nadie. Y aquí todo va muy deprisa. Estamos un poco narcotizados. Podemos hablar de muchos países de África, donde muchas personas sufren todos los días vulneración de derechos humanos. También en muchos lugares de América, entre ellos Haití, el país más pobre de ese continente. Un país que es un caos y en el que las guerrillas campan a sus anchas.

Tengo la suerte de vivir en España, un Estado muy garantista, con seguridad jurídica, con grandes profesionales en el mundo jurídico, en el mundo de la Justicia. Y con muchos problemas, como cualquier otro país. Pero cuando las cosas tienen que pasar por la Justicia tarde o temprano se resuelven

Muchas de esas personas no saben lo que es la Justicia, no saben lo que significa ninguna de sus definiciones, no saben qué es lo justo ni lo que les corresponde. Necesitan, para empezar, justicia social, que les garantice igualdad de derechos y oportunidades.

Desde hace años, lo he contado aquí en otras ocasiones, me voy de voluntariado en mis vacaciones. Estuve en Ecuador, Perú, República Dominicana y Guinea Ecuatorial. En casi todos estos países con los misioneros dominicos, y en Ecuador con la Asociación de Mujeres Santa Marta, apoyada por Cáritas. Los misioneros siempre están al lado de quien más lo necesita. Luchan por una justicia que no llega o que tarda mucho en llegar, justicia que hace falta a personas indefensas y que cuesta que se haga efectiva. En estos lugares el poderoso siempre gana.

He vivido muchas luchas de los misioneros por una justicia social. Luchas porque a los indígenas y campesinos les quitan sus tierras y, a veces, con muerte, luchas por deportaciones injustas con vulneración de derechos fundamentales, luchas para que a las mujeres les den lo que les corresponde, luchas para dar visibilidad a los discapacitados y para ayudar a los mendigos. Trabajar por esta justicia también es hermoso, como dice el título de este artículo. Una justicia que está en el día a día con los derechos humanos. Una justicia que llena.

Patricia Rosety