Guerra e información; los focos deben seguir en Ucrania

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Última hora de la guerra de Ucrania. Kiev se prepara para la ofensiva total de las tropas rusas… Así, desde el 24 de febrero, los medios de comunicación internacionales, lanzan alertas y “últimas horas” de forma constante, junto a crónicas de urgencia, análisis y balances del conflicto. La reacción mediática inmediata comenzó nada más detectarse que Rusia apostó a 100.000 soldados en la frontera con Ucrania, país deseado y hostigado desde 2014. La catástrofe tiene que conocerse. Sin medios de comunicación, sin periodistas, sobreviene la oscuridad y con ella, la impunidad.

“Estar sobre el terreno”. Esta expresión proliferó en esta agresión armada desde su comienzo. Se trataba de realzar la información de los medios de comunicación cuyos relatos procedían directamente de sus corresponsales en la zona y de los enviados especiales una vez que empezó la guerra. No podía ni puede compararse la crónica del profesional que puede contar datos de los movimientos militares, de la huida de los ciudadanos, de la estampida hacia los refugios, porque está en el barro, que quienes relatan episodios, sensaciones y opiniones de origen desconocido. Pronto, los periodistas sobre el terreno empezaron a acusar las dificultades para realizar su trabajo. No solo por el desabastecimiento de artículos de primera necesidad en algunas zonas sino por el peligro para sus vidas. La muerte de periodistas en Ucrania ya se ha asumido como inevitable, como en todas las guerras, así como el desgaste físico y emocional de los profesionales.

La catástrofe tiene que conocerse. Sin medios de comunicación, sin periodistas, sobreviene la oscuridad y con ella, la impunidad

No es posible ir “a la otra parte”, sencillamente porque es prácticamente imposible informar desde Rusia sin que las autoridades de ese país dictaminen que el periodista y el medio de comunicación difunden información falsa. Para los nacionales ya se han puesto en marcha medidas excepcionales que les puede llevar a ser encarcelados si el gobierno de la Federación de Rusia estima que el periodista difunde falsedades que perjudican gravemente a su país. La desolación se cernió sobre numerosos corresponsales extranjeros afincados desde hace años en Moscú, entre ellos muchos españoles, ante la imposibilidad de continuar en el país. Toda la información se obtiene desde Ucrania, bajo los bombardeos y junto a los agredidos. El periodismo cumple también su misión al procurarse información de los servicios de inteligencia de los países más avanzados para captar los movimientos de Rusia. La convencional sentencia de que en la guerra la primera víctima es la verdad se cumple inexorablemente. La comprensión y el apoyo está con las autoridades y el pueblo agredido; no puede reprocharse al gobierno que trate de mantener alta la moral ante tanta aflicción. Aun así, no pueden obviarse las imprescindibles llamadas de atención a Ucrania para que no descuide el respeto a las libertades, a los derechos humanos y civiles. Esas son las señas de identidad de los países que se vuelcan en su ayuda. Pero la brutalidad es del agresor, con ausencia total de respeto a las normas de la guerra, y con un comportamiento que remueve los cimientos de la civilización y las normas asumidas después de la segunda guerra mundial. Las investigaciones para que la barbarie no quede impune es tarea diaria de las organizaciones y tribunales internacionales. No hay lugar para la equidistancia. Por ello, los medios de comunicación deben continuar sobre el terreno y contar lo que ocurre para que Ucrania no quede en la oscuridad.

 

Anabel Díez