Si hay un hombre que haya pasado a la historia de la economía financiera por una sola frase, ese es Alan Greespan, todopoderoso presidente de la reserva federal de Estados Unidos durante 19 años (1987—2006). A finales de 1999, Grenspan estaba alarmado por el crecimiento desbocado de las cotizaciones bursátiles, guiadas por la pujanza de las denominadas empresas punto.com. Ello motivó que Greenspan pronunciara la inmortal frase de denuncia de la “exuberancia irracional de los mercados”. Le hicieron poco caso, pues la burbuja se prolongó dos años más. Y eso que el banquero de banqueros acostumbraba a ser críptico. Vean si no: para insinuar que podía subir los tipos de interés, una vez dijo que “emprendería una directiva asimétrica hacia el endurecimiento”.
Deducir lo que tramaba Greenspan se convirtió en un verdadero reto para los llamados analistas de Wall Street. Se creó, incluso un peculiar indicador. Aquel año de 1999, la cadena de televisión CNBC había observado que Greenspan acostumbraba a bajarse del coche oficial un par de manzanas antes del edificio de la Fed, para dar un pequeño paseo. Llevaba siempre su maletín, aunque unos días era muy grueso y otros delgado. Los citados analistas dedujeron que si el presidente de la Fed cargaba un maletín grueso era señal de que necesitaba muchos documentos para justificar una subida de tipos de interés.
En cambio, si era un portafolios menguado, señal de que no se iba a variar de política. Tamaña agudeza el indicador del maletín, llegó a marcar algunas sesiones de bolsa. Años más tarde, Greenspan, en sus memorias, desvelaba el secreto: el maletín era grueso o delgado si aquel día llevaba o no la fiambrera con el almuerzo.
El indicador del maletín, llegó a marcar algunas sesiones de bolsa. Años más tarde, Greenspan, en sus memorias, desvelaba el secreto: el maletín era grueso o delgado si aquel día llevaba o no la fiambrera con el almuerzo
Observar y deducir está en las mismas entrañas de la filosofía. Y rectificar, ya se sabe, es lo que vienen haciendo los filósofos de cada generación respecto a los anteriores. Uno de los tratados de pensamiento más celebrados de los últimos meses se lo debemos a Daniel Klein y Thomas Catchcart, autores de “Platón y un ornitorrinco entran en un bar…” Licenciados en Harvard, los autores han conseguido divulgar los conceptos básicos de la filosofía a partir de chistes, de géneros de humor muy diversos: del absurdo a la ironía o la perplejidad. Una manera prodigiosa de advertir que en cada chiste puede haber dosis de lógica, empirismo, racionalismo, ética…
He aquí uno.
Un científico y su mujer van en coche campo a través. En un momento dado, la mujer dice: “Oh, mira, han esquilado a las ovejas”. El científico responde: “por este lado, sí”.
Parece que el sentido común está de parte de la mujer, mientras que el marido se limita a no reconocer nada que no haya percibido completamente. Se debe a la mente del investigador, que hace cálculo de probabilidades antes de formular una teoría general. Pero el razonamiento de la mujer es, en otro sentido, más completo. Primero, porque sabe que los ganaderos no acostumbran a esquilar solo la mitad de una oveja. Y, segundo, porque es bastante improbable que al pasar junto al rebaño, todas las ovejas estén mostrando un mismo lado, el afeitado. Vale que el científico dude, pero también que quien tiene un sano juicio es la persona capaz de extrapolar a partir de su experiencia.
Los finos analistas del maletín especulaban sin fundamento. Greenspan, al menos, razonaba sus decisiones, con el aviso de que podía estar en lo cierto o no. ¿Una prueba? Sus memorias (“La era de las turbulencias”) aparecieron en junio del 2007. A los dos meses estalló la crisis de las hipotecas “subprime”, un activo financiero al que el superbanquero le dedica media página de las más de 600 del libro, con una acotación: “no son ningún peligro”.