Hay circunstancias decisivas en la vida de una persona. En mi caso fue el hecho de que, a principios de 1977, con 27 años, me adjudicaron la plaza de registrador de Medina de Rioseco.
Me permitió conocer y tratar a un grupo extraordinario de registradores que ejercían en Valladolid capital. Carlos Hernández Crespo, Vicente Agero Hernández, Eugenio Fernández Cabaleiro y Jacinto de Castro. A su lado aprendí a amar a mi profesión y a entenderla gracias a su formidable ejemplo. Allí en los Registros ubicados en la calle Pasión se vivía nuestra profesión de una manera admirable.
Carlos Hernández Crespo, sin duda una de las personas más completas que he conocido en mi vida, ejercía de líder natural. Arrastraba, por su manera de entender la profesión, «Un Registro abierto a la sociedad», con generosidad, inteligencia y sencillez.
Pero Carlos no estaba solo. A su lado, Vicente Agero, recientemente fallecido, aportaba un inigualable señorío humano como he conocido pocos, un extraordinario sentido común, mesura de juicio y equilibrio.
Eugenio Fernández Cabaleiro, por su parte, ejercía de gallego inteligente, brillante en sus ideas sobre la profesión y que tenían gran influencia en Carlos. Desde su reserva gallega recuerdo una frase curiosa sobre Carlos: «Es que este tío dice lo que piensa».
Y Jacinto de Castro era un buen profesional y una magnífica persona que completaba un grupo insuperable.
Carlos Hernández Crespo, sin duda una de las personas más completas que he conocido en mi vida, ejercía de líder natural. Arrastraba, por su manera de entender la profesión, «Un Registro abierto a la sociedad», con generosidad, inteligencia y sencillez
En aquellos años a su lado viví con intensidad el Centro Registral de Estudios Hipotecarios, un excelente laboratorio de ideas y conocimientos y acerté a descubrir el horizonte de mi querida profesión.
Manteníamos largas y apasionadas conversaciones de las que salíamos como entender y ejercer la profesión de registrador.
Allí me convencieron de que había que superar y eliminar la figura del sustituto, en contra de lo que predicaba la Junta del Colegio de aquel tiempo. La necesidad de abrir el Registro a los usuarios y profesionales. A diseñar el Registro Mercantil con la importancia y trascendencia con que lo conocemos ahora. A la movilización de los activos hipotecarios con su titulización… Y tantas reformas decisivas que luego lideraría Carlos Hernández Crespo en su fecunda e incomparable etapa de decano nacional en la que estuvo acompañado de Vicente Agero como tesorero, y que se plasmarían en la decisiva Asamblea de Barcelona. En aquel tiempo le empujamos y animamos a que se presentara al Decanato, superando sus iniciales reservas.
Aquel grupo me enseñó a vivir la profesión con entrega y sin alharacas, con asistencia diaria, dando prontas soluciones a los problemas que se planteaban y fomentando las relaciones con profesiones afines, notarios, abogados del Estado, magistrados y abogados de la plaza. Pero como decía Carlos, defendiendo siempre nuestra figura «cada uno en su linde».
Decididamente eran otros tiempos. Aquel grupo maravilloso de compañeros marcó mi vida y la de nuestra profesión, para bien. Fue el impagable ejemplo del Clan de Valladolid.
Leopoldo Sánchez Gil