Ucrania, a un paso del dramático enquistamiento

La desolación y muerte se han instalado en Ucrania. Desde aquel 24 de febrero en el que Putin ordenó el ataque sobre Ucrania, han pasado más de dos meses. Y aunque las sanciones financieras contra Rusia han hecho daño al entramado económico del país atacante, no lo han doblegado. Y aunque el envío de armas al ejército ucraniano les ha ayudado a defenderse, no ha frenado la escalada bélica de Rusia.

Dos largos meses. En un país que peleaba por subirse al tren del desarrollo económico y pacífico con sus poco más de 3.000 euros de renta per cápita y ahora pelea por no ser asesinado en las calles bajo un inacabable listado de bombardeos.

Y la evolución de los acontecimientos no parece dirigir el rumbo hacia un rápido y justo desenlace. Más bien parece llevar a Ucrania hacia un duro futuro: destrozada por los ataques, diezmada en su capacidad productiva y de desarrollo, masacrada en la faceta humana y bajo control parcial de Rusia.

Ucrania era hasta hace bien poco una economía en auge. Partía del número 56 del ranking mundial por volumen de PIB. Su deuda pública en 2021 se situó en 82.108 millones de euros, un 48,98% del PIB. Y su deuda per cápita fue de 1.982 euros por habitante.

Evidentemente no eran ricos, pero su situación de deuda, abundancia de recursos naturales y acercamiento a la UE y la OTAN prometían un fuerte y rápido crecimiento.

Hoy, todo eso es, en el mejor de los casos, una dura incógnita, y, en el peor, un mero recuerdo.

Su PIB per cápita cerró 2020 en 3.291 € euros. Pero era el segundo país del mundo por volumen de tierra agrícola productiva y el quinto exportador de grano del planeta. Sus yacimientos eran representativos a escala internacional tanto en paladio, como en manganeso o hierro. Y su poderío en uranio lo situaba en una de las diez primeras posiciones del mercado nuclear.

Sólo España importaba de Ucrania el 42% del cereal total consumido y el 25% del aceite de girasol. Ucrania era, de hecho, el principal productor de cereal del territorio europeo.

Ucrania era una gran potencia agrícola. En 2019, el 10% del PIB de Ucrania procedió de la agricultura. La superficie agrícola total ocupaba el 70% del país. Y era el quinto mayor exportador de trigo del mundo con una venta de 20 millones de toneladas anuales. 

Occidente debe repensar su responsabilidad internacional. Debe darse cuenta de que su ligazón al mercado ruso del gas y el petróleo -que ha tardado más de un mes en recibir la crítica y las primeras medidas de restricción- ha otorgado una ventaja bélica sin igual a Putin

Ucrania era igualmente una potencia minera. En 2018 fue el cuarto país exportador de hierro del mundo y el 11 en la clasificación de exportadores de acero. Sus reservas de manganeso son las segundas mayores del planeta y tenía capacidad para producir 800 toneladas de uranio al año.

Pero todo ello ha quedado en un duro limbo. En el del enquistamiento del ataque ruso. En el de los deseos de un tirano. En el de que, haga lo que haga el pueblo ucraniano, ahora todo depende de factores externos. Y del miedo que produce a Occidente el arsenal militar nuclear de Putin.

Pese a toda esa riqueza. Pese a la laboriosidad del pueblo ucraniano. Todo depende de Putin.

Y, con todo el dolor, Occidente debe admitir que sus recetas no han servido para evitarlo. No han frenado la realidad asesina de un ataque sin justificación alguna.

Y no han funcionado por que la principal fuente de ingresos de Rusia es su mercado de materias primas centrado en la producción energética. Y Europa ha construido durante décadas sus esquemas de generación eléctrica en base a la hiperdependencia de Rusia.

Occidente debe repensar su responsabilidad internacional. Debe darse cuenta de que su ligazón al mercado ruso del gas y el petróleo -que ha tardado más de un mes en recibir la crítica y las primeras medidas de restricción- ha otorgado una ventaja bélica sin igual a Putin.

Y debe hacerlo antes de que se repita otro crimen como el perpetrado sobre Ucrania.

 

Carlos Cuesta