Muchas gracias a las personas que han decidido concederme este reconocimiento, enmarcado en el valor que el Colegio de Registradores otorga al papel de la prensa en una sociedad democrática.
La estructura más sencilla que maneja el ser humano es la lengua. La hacemos nuestra desde la infancia, y acudimos a ella sin darnos cuenta cada vez que construimos una oración.
Y toda la gramática, a la que multitud de filólogos han dedicado sus vidas, se resume en estas tres estructuras: alguien hace algo a alguien en alguna circunstancia, algo es hecho a alguien en alguna circunstancia y en alguna circunstancia, alguien es algo.
A partir de esas tres estructuras tan sencillas, se pueden escribir El Quijote o Cien años de soledad.
El derecho necesita también estructuras, y de ello son buena muestra las leyes y las sentencias. Igual que la biología, que estudia la estructura de los seres vivos. Igual que la química, que aborda la estructura de los cuerpos a partir de su composición.
También necesitan estructuras la medicina, la arquitectura, la ingeniería… No hay ciencia ni conocimiento cabal que carezca de una estructura en su comprensión y razonamientos.
La propia naturaleza estructura el árbol y sus hojas, los ciclos del agua, el cambio de estaciones.
Y cuando una estructura se altera, sobrevienen ciertos males. Por eso consideramos peyorativa la referencia a que una persona o una familia, por ejemplo, están desestructuradas.
Gumersindo de Azcárate escribió que las necesidades, los bienes y los problemas económicos constituyen un organismo. “Y por lo mismo que la sociedad es un organismo”, continuaba, “cabe considerarlo en su unidad, primero; en sus partes, luego; y, por último, en la relación de estas entre sí y con el todo”.
“En el mundo que se avecina cobrará más importancia que nunca la educación, y con ella la cultura. Y con ellas la lectura. Pero previo a ellas, será crucial el dominio del idioma para que se anteponga el argumento al empujón. Para que la riqueza léxica facilite la expresión de las emociones, a fin de arrinconar el exabrupto y la violencia”
En efecto. Las estructuras sirven para relacionar unas cosas con otras, y a la vez para diferenciarlas.
El periodismo también ha estructurado la realidad, para distinguir entre la política y el deporte, entre la economía y la cultura, entre lo importante y lo trivial, entre la actualidad y la documentación.
Estructuramos los diarios impresos y digitales, los boletines y los programas de radio, los informativos de televisión…
Los diarios de calidad estructuran los géneros periodísticos y los distinguen tipográficamente para que el lector sepa ante qué grado de presencia del yo del autor se encuentra en cada uno de ellos, y pueda subir o bajar la guardia respecto al mensaje que se le transmite. No es lo mismo una noticia que una crónica; un reportaje se diferencia de una crítica de arte y ésta de un editorial… Estructuramos la forma y el contenido.
Sin embargo, los textos periodísticos circulan cada vez más sin estructuras por redes y ciberespacios, deslavazados y dispersos. Millones de lectores no acceden a un medio en su conjunto, sino a escritos aislados, sin perspectiva, sin jerarquía, sin contexto, sin saber siquiera de dónde proceden. A menudo incluso cercenados o tergiversados.
Hace unos años, en 2015, veíamos sorprendidos cómo se colaba entre las noticias más leídas de El País en internet el fallecimiento del entrañable payaso Miliki. No era de extrañar, por el fabuloso recuerdo que inspiró a millones de españoles. Pero esa información no figuraba en el periódico del día, ni en el papel ni en la edición digital. Había ocurrido cinco años atrás. Alguien la tomó de algún lugar de Google, la puso a circular, quién sabe por qué, y decenas de miles de usuarios la replicaron como si fuera actual. Se difundió así sin estructura alguna, fuera incluso de la estructura del tiempo; y muchas personas se llevaron un disgusto por la triste noticia sin recordar que ese disgusto ya lo habían vivido un lustro antes.
Es muy probable que esta desestructuración comunicativa no tenga ya regreso.
Las generaciones que han dispuesto de tiempo para asimilar una beneficiosa estructuración del pensamiento no encontrarán gran problema en ello. Toda información que llega suelta acaba encajando en la estructura previamente formada.
“Este cibermundo sin jerarquías vivirá mucho tiempo. Por eso convendría responder a su desafío reforzando las estructuras previas del pensamiento de los estudiantes y de la ciudadanía en general, de modo que procesen cabalmente la información desestructurada, la cuestionen y la pongan en el lugar que en cada caso corresponda”
Esto tampoco ofrecerá dificultad en el futuro a quienes, por haber disfrutado de una formación de calidad y por seguir en contacto con la cultura, sean capaces de oponer un criterio propio sólido frente a cualquier mensaje líquido.
El problema se planteará principalmente con las personas que hayan perdido el sentido de las estructuras, y con ello la intuición de lo verdadero y de lo falso, de lo importante y lo banal, y se conviertan así en terreno abonado para sufrir manipulación y engaño.
Este cibermundo sin jerarquías vivirá mucho tiempo. Por eso convendría responder a su desafío reforzando las estructuras previas del pensamiento de los estudiantes y de la ciudadanía en general, de modo que procesen cabalmente la información desestructurada, la cuestionen y la pongan en el lugar que en cada caso corresponda.
Y a partir de la comprensión natural del idioma, todo encaja. Todo se entiende. Cuando fallan la sintaxis, la gramática y la morfología, cuando fallan las estructuras de la lengua, deben saltar las alarmas. Cuando la palabra se oscurece, la transparencia huye.
Por eso en el mundo que se avecina cobrará más importancia que nunca la educación, y con ella la cultura. Y con ellas la lectura. Pero previo a ellas, será crucial el dominio del idioma para que se anteponga el argumento al empujón. Para que la riqueza léxica facilite la expresión de las emociones, a fin de arrinconar el exabrupto y la violencia.
Y ahí, en esa inminente era de la información desmoronada, necesitaremos que resurjan vigorosos los medios de comunicación de calidad como parte de una herencia cultural, dedicados a transmitir la palabra cuidada, el conocimiento de la realidad, los valores democráticos y el sentido crítico.
Por tanto, ante la nueva comunicación desestructurada que ya se anuncia, la educación y la lengua —y el buen periodismo como transmisor de ambas— constituirán las estructuras imprescindibles para garantizar que, en la certera metáfora de Gumersindo de Azcárate, nuestra sociedad sea siempre un organismo sano: en las partes, en el todo y en la forma de comprender lo que sucede en el mundo.