Me pongo a escribir este artículo porque no se me ocurre mejor forma de tomarme un respiro, de abstraerme de la dura tarea que me tengo impuesta, amén. Así que agradezco el ofrecimiento.
Ando desde hace días afanada en lo que Tom Cruise y antes que él Peter Graves hubieran bautizado como “Misión imposible”. Y eso que ni el Jim Phelps de Graves ni el Ethan Hunt de Cruise afrontaron jamás un reto como el que yo afronto: darme de baja de todos los boletines que diariamente me llegan vía correo electrónico, y a los que jamás nunca en la vida me he suscrito.
Es una tarea extenuante, al cabo de la cual (y no sé por qué escribo “al cabo”, puesto que ni llego al fin ni avisto el final) una tiene la certeza de que lucha contra una tropa de semovientes que se reproducen por fragmentación. ¿Recuerdan a Mickey Mouse en la película Fantasía? Ese episodio en el que el aprendiz de brujo, harto de acarrear cubos de agua, se encasqueta el sombrero picudo, esboza un abracadabra e insufla vida a una escoba… que se rebela y empieza a multiplicarse hasta conformar un ominoso e infinito ejército dispuesto a barrernos a todos de la faz de la tierra. ¿Recuerdan?
Pues a eso me refiero. Me doy de baja de un boletín, y me llegan diez. Me borro de diez y me caen encima cien. Una labor ante la que Sísifo redivivo claudicaría, pero que yo encaro con arrojo y entereza, silbando la música de Paul Dukas que acompaña a Mickey en su peripecia: re… la, la, si, do, re, fa, re, fa, mi, re, do, re, fa…
¿En qué momento di el permiso originario, ése que desencadenó la avalancha?
Lo ignoro. Tal vez un día olvidé marcar la microscópica casilla que te permite decir que no quieres correspondencia comercial electrónica. O se me pasó dejar lo suficientemente claro que no tenía interés alguno en que mi mail viajara como la falsa moneda, de mano en mano. O quizá no fue un desliz mío, que es muy judeocristiano esto de golpearse el pecho en actitud contrita: tal vez los culpables sean los perversos a la par que perseverantes robots buscadores, que encontraron mi contacto en la web y no lo soltaron…
Porque estoy segura de que quien más quien menos, todos han pasado por un trance similar al mío, han sufrido está invasión de correos no deseados que reclaman tu atención, cuando no te inoculan un virus
Imposible averiguarlo, además de inútil. Lo que sé es que a esta hora en la que escribo, infinidad de remitentes, virtuales unos, otros de carne y hueso, manejan la arroba y el punto com de mi dirección virtual con la desvergonzada destreza de un tahúr y abrigan la aviesa intención de colapsar mi buzón para entorpecer mi vivir cada día.
Y en esas estaba cuando decidí tascar el freno para contárselo. ¿Por qué a ustedes? Porque a alguien le ha de tocar, y son personas habituadas a registrar cosas, quizá también estados de ánimo (el mío es proceloso, vayan anotando).
Porque estoy segura de que quien más quien menos, todos han pasado por un trance similar al mío, han sufrido está invasión de correos no deseados que reclaman tu atención, cuando no te inoculan un virus.
Y porque he de admitir que de un tiempo a esta parte, por las mañanas, en el momento de abrir el Microsoft Outlook, me asalta el miedo: sé que los mensajes que nunca pedí, enviados por gentes a las que no conozco, están ahí agazapados, en la certeza estadística de que mucho más temprano que tarde me pillarán con las defensas bajas o la combatividad apagada, y los abriré, y desencadenaré el caos, porque hasta las mariposas saben que el clic de un incauto puede provocar un tsunami al otro lado del mundo.
¿Los oyen? Están descargándose, re… recolocándose en mi buzón, son una la… lacra, una plaga en la… la bandeja de entrada, eficaces como si… sicarios, vienen por do… docenas, poniendo a prueba mi capacidad de re… resistencia, por fa… favor no me re, fa, mi, re, do, re, fa, re, fa…