Frente a la locura del mundo, el deporte nos alivia y nos salva. El planeta mira ahora a Pekín y la capital china se deja mirar. Del 8 al 24 de agosto, 10.500 atletas de 203 países competirán en 28 disciplinas deportivas, en los Juegos Olímpicos. Empiezan el 8, que es un número propicio en China, donde se asocia a prosperidad.
Cuando un deportista explica que antes de ir a competir, espera encontrarse mucha oposición, no se refiere a oposiciones a Notarías ni a Registradores de la Propiedad ni a nada parecido. Habla de los adversarios que se cruzarán en su camino, en una prueba en la que espera conseguir su mejor registro personal, y si es posible, el de los Juegos.
El Barón de Coubertain, inspirador y redactor de la Carta Olímpica, el manifiesto donde se recogen los principios del olimpismo, dijo que “estas celebraciones son, antes que nada, celebraciones de la unidad humana”. El primer héroe olímpico fue el griego Spiridon Luis, que ganó la maratón de los primeros Juegos de Atenas en 1896. Quiso participar para salvar el honor de Grecia. Se pasó la noche antes de competir rezando y tomando higos secos como único alimento.
París, en 1900, vio a la primera campeona olímpica, Charlotte Cooper, que se impuso en tenis. En Estocolmo, en 1912, Jim Thorpe, un indio sioux, cuyo verdadero nombre era Sendero Luminoso, se convirtió en leyenda, al imponerse en pentatlón y decatlón. En Amberes, en 1920, España logró sus dos primeras medallas: una en polo y otra en fútbol, ambas de plata.
En París, en 1924, Johnny Weissmuller, posteriormente Tarzán en el cine, logró el oro en los 100, 400 y en el relevo 4 x 200 en natación. En Berlín, en 1936, las hazañas de Jesse Owens, que logró 4 medallas de oro, irritaron a Hitler. En Helsinki, en 1952, el capitán del ejército checo Emil Zatopek, “la locomotora humana”, acaparó 3 medallas de oro. En Roma, en 1960, África empezó a desperezarse con el etíope Abebe Bikila. Cassius Clay se impuso con facilidad en los semipesados de boxeo y causó sensación.
En Tokio, en 1964, Jose Frazier, hijo de un carnicero, logró el oro en los pesos pesados. En México, en 1968, Bob Beamon realizó un salto de longitud de 8’90 metros propio del siglo XXI. En Munich, en 1972, el nadador Mark Spitz se convirtió en un mito al lograr 7 medallas de oro. En Montreal, en 1976, vimos la aparición de la gimnasta Nadia Comaneci, “la niña 10”.
Moscú, en 1980, trajo la primera medalla del atletismo español, la de Jordi Llopart. En Los Ángeles, en 1984, la selección española de baloncesto logró la plata ante Estados Unidos. En Seúl, en 1988, el mundo quedó maravillado con el duelo en los 100 metros entre Ben Johnson y Carl Lewis. La natación se democratizó: Estados Unidos y la RDA dominaban los rankings mundiales pero empezaban a sentir el asedio exterior. Por primera vez en la historia ganaba el oro un nadador negro, Anthony Nesty, de Surinam, la ex Guayana holandesa. Hasta entonces, se aseguraba que los negros flotaban menos y se enfriaban antes en el agua por su tejido adiposo. Nesty flotó mejor que nadie.
En Barcelona, en 1992, el deporte español logró 22 medallas y vimos la aparición del dream team de baloncesto, con Magic Jonson y Michael Jordan. En Atenas’96, Sidney’00 y Atenas’04 España consolidó su papel en el concierto deportivo mundial.
Ahora llega Pekín. La primera vez que visité la ciudad, en 1988, no se podía ir sin bicicleta. Ahora, lo que no se puede es ir por Pekín con bici. Se vive en un atasco permanente. Explican que en el país hay 300 millones de chinos que viven bien. Lo que les cuesta explicar es que hay mil millones que viven mal. El escritor y cineasta chino Dai Sijie dice que China está mucho más viva que Europa. Lo que es verdad es que los chinos tienen un modo de vivir que no los hace un pueblo triste. El ritmo de vida es de cambio permanente. Norman Foster les ha creado el mayor aeropuerto del mundo.
Por si se habían planteado competir en unos Juegos, ser olímpico no es sano. El deporte de alta competición causa numerosos problemas de salud. A largo plazo, aparece atrofia muscular en los atletas, problemas en la quinta vértebra lumbar en los baloncestistas, problemas dorsales en los tiradores con arco, problemas de columna en los ciclistas, problemas lumbares en los jinetes, problemas de desarrollo en los gimnastas, problemas de artrosis en codo y hombro en los tenistas y problemas articulares generalizados en los yudocas. Así que ustedes mismos.
Eso sí, las olimpiadas son fuente inagotable de avances científicos. En Seúl’88, la perla de la equipación deportiva fue el bañador de Matt Biondi. Nada que ver con la revolución del sector que veremos en Pekín. Una de nuestras nadadoras, Mireia Belmonte, la miss que vuela en el agua, va a por medalla. En taekwondo, un deporte en el que cuesta distinguir a los contendientes por su enmascaramiento, tenemos serias opciones de medalla con nuestro campeón del mundo Juan Antonio Ramos. En vela, todo dependerá de los vientos, pero como siempre tenemos opciones, igual que en baloncesto, atletismo y waterpolo.
Pase lo que pase, los dirigentes del deporte dirán: “La actuación española ha sido como se esperaba”. Paciencia. Dice un proverbio chino: “La paciencia es un árbol de raíces amargas y frutos sabrosos”. Si no se sufre, no se gana. Entre guerra mundial y guerra mundial, decía Vázquez Montalbán, nada une tanto a los pueblos como el deporte y los anticiclones. Es la eternidad olímpica. La suerte está echada.