jueves, noviembre 21, 2024
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    ESPECIAL NÚMERO 100

    La Mirada de KAI

    Incluso para tratar con un hermano sonriente, trae un testigo: al hombre le pierde lo mismo la confianza que la desconfianza”. Cuando Hesíodo, el padre –junto a Homero– de la poesía griega escribió esto, sin duda respiraba por la herida del atropello al que Perses,su hermano, le había sometido por cuenta de la herencia paterna. Pero éste verso de “Los trabajos y los días” quizá debería ser considerado el acta fundacional del antiguo oficio de registrador. El propio Hesíodo cuenta cómo Perses dilapidó rá-pidamente su herencia para, después, entablar pleito contra él. Con éxito, pues el juez le dio la razón ya que al no haber mediado testigos cuando se dispuso la partición de los bienes paternos, Hesíodo no pudo demostrar su verdad y el desaprensivo hermano pudo consumar el atropello. Aquella experiencia marcó al ilustre poeta tornando amarga su visión del mundo y haciendo desconfiada su opinión sobre los jueces y los juicios de los hombres.

    A la vista del caso tengo para mí que Hesíodo inauguró por escrito algunas de las tribulaciones del hombre moderno. En su contrariedad por el resultado adverso en el litigio no deseado se inscribe en hora temprana un capítulo que con el devenir del tiempo se ha repetido miles de veces. Tantas, casi, como hombres en sociedad han vivido sobre este planeta y de una u otra manera han intentado defender los bienes que consideraban suyos intentando dejar claro en cada momento de quien eran las cosas. En la Edad Heroica cuando los hombres que vestían de bronce aún no habían perdido la memoria de los dioses, para los jueces un testigo era suficiente en un caso de disputa de bienes –Aquiles versus Agamenón reclamando a Briseida– habida cuenta de que la palabra dada era tenida por sagrada y quien a ella faltaba se degradaba a ojos de sus vecinos. Pero el derecho de propiedad –una de las conquistas de la razón y seña madrugadora en la aventura de los hombres sobre la Tierra– encontró en hora temprana un aliado formidable. Me refiero a la escritura. Una compañera que le ha sido fiel desde tiempos remotos. Dice Ernest Gellner que sin la escritura todo discurso está limitado por el contexto y es la palabra escrita la que posibilita el respeto por el contenido más que por el contexto. Antiguo oficio este de registrar la realidad de las cosas mediante la palabra escrita. Oficio de escribas. Quizá era eso: dar fe, registrar lo que ante él se proclamaba lo que estaba haciendo el más famoso de todos los tiempos: Kai, el egipcio; el escriba de la IV Dinastía cuyo retrato de esteatita pintada puede verse en el Museo del Louvre, en París.

    Antiguo oficio este de registrar la realidad de las cosas mediante la palabra escrita. Oficio de escribas. Quizá era eso: dar fe, registrar lo que ante él se proclamaba lo que estaba haciendo el más famoso de todos los tiempos: Kai, el egipcio

    La mirada de lince de este hombre de torso bien formado que está sentado en el suelo con un papiro apoyado sobre las rodillas ha cruzado los siglos dejándonos la noticia de un quehacer que desde que los hombres decidieron vivir en sociedad ha sido y es decididamente útil para la ordenada marcha de las cosas. Para la marcha de eso a lo que llamamos civilización. De pocos oficios puede decirse tanto. 

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    Revista nº13

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