Vivimos tiempos convulsos para el ecosistema político. Los populismos y las ultraderechas acechan a las democracias. En España, en Europa, en EE.UU. y en todo el mundo son constantes los desafíos. Y debemos estar atentos a las actuaciones y expresiones que buscan la superación de las instituciones mediante subterfugios ajenos a los procedimientos establecidos.

El grito de “sólo el pueblo salva al pueblo” coreado tras el fallecimiento de más de 200 personas como consecuencia de la DANA que arrasó Valencia durante las labores de limpieza es una señal inequívoca. ¿De verdad sólo el pueblo salva al pueblo? Se trata de una frase populista que juega con el dolor y la vulnerabilidad de los afectados para denostar el papel del Estado. Entiéndase por Estado, el Gobierno de España, las Comunidades Autónomas, las diputaciones y los ayuntamientos, además de los bomberos, los policías, los guardias civiles, los militares, los sanitarios y hasta los voluntarios que aún trabajan en las labores de reconstrucción de las zonas devastadas.

El pueblo se solidariza, ayuda y acompaña en el dolor de los afectados, pero son las Administraciones y los servicios públicos los que realmente salvarán al pueblo. Dejarse llevar por este tipo de soflamas que manipulan la legítima rabia y el dolor de los afectados sólo contribuye a eso, a una premeditada deslegitimación de las instituciones para generar el caos y la confusión, que es donde crecen los extremismos.

Hoy más que nunca es necesario reivindicar, respetar y dignificar nuestro ordenamiento institucional y los procedimientos de los que se sirve para la toma democrática de decisiones. Aunque haya fallos, aunque se cometan errores y aunque, a veces, la excesiva toxicidad que desprenden las consignas populistas y los mensajes difundidos por las redes sociales nos distraigan de lo importante con un único objetivo: denostar el papel de los gobiernos, de los partidos o de la democracia para generar una tormenta perfecta de consecuencias imprevisibles para nuestra convivencia.

Hoy más que nunca es necesario reivindicar, respetar y dignificar nuestro ordenamiento institucional y los procedimientos de los que se sirve para la toma democrática de decisiones. Aunque haya fallos, aunque se cometan errores y aunque, a veces, la excesiva toxicidad que desprenden las consignas populistas y los mensajes difundidos por las redes sociales nos distraigan de lo importante con un único objetivo: denostar el papel de los gobiernos, de los partidos o de la democracia para generar una tormenta perfecta de consecuencias imprevisibles para nuestra convivencia

Sólo las instituciones garantizan la estabilidad de las democracias y eso es algo que debe saber la ciudadanía pero que también tienen que trasladar los políticos, aunque tengan la tentación de cuestionarlas cuando están en la oposición. 

Todas ellas, al margen del color del gobierno y de las zapatiestas políticas del momento, hacen un trabajo riguroso y solvente. Lo hace el Congreso de los Diputados, el Senado, el Tribunal Constitucional, el Poder Judicial, el Defensor del Pueblo, el Tribunal de Cuentas y el Consejo de Estado, que en 2026 celebrará su V centenario. Todas ellas forman un espacio de seguridad jurídica para el Estado de Derecho y son una pieza capital de nuestra democracia. Las que permanentemente trabajan bajo el foco de los medios de comunicación y las que desempeñan un trabajo silencioso y discreto. Y a todas ellas hay que reivindicar frente a los extremismos. Lo contrario nos desliza por una pendiente de incierto futuro como el que acaba de arrojar el resultado de las últimas elecciones estadounidenses y mantiene en guardia al resto del mundo.

Esther Palomera