La crisis también afecta a los periodistas de la capital europea. Al comienzo de la crisis, a finales de 2008, había unos 1.300 periodistas acreditados ante las instituciones europeas. Hace dos años eran ya solo mil y hoy se estima que son unos ochocientos. ¿Se debe a la crisis? ¿A la falta de confianza en la Unión Europea, UE?
Hace bastantes años, en una discusión sobre el mismo tema, un periodista escéptico en el futuro de la UE asestaba a un alto funcionario comunitario: “vuestros asuntos no tienen ningún interés para el gran público”, a lo que este le respondió: “no hay temas no interesantes, lo que hay a veces es malos periodistas”.
Los que vivimos en el microcosmos de la construcción europea, lo respiramos, lo comemos, lo asimilamos, no entendemos por qué todo esto no hace vibrar a nuestros conciudadanos y en casi todos los casos, también a nuestras redacciones, que siguen pensando que los “europeos” son unos marginales. Cuando España entró en la Comunidad Económica Europea, de la época, la gran mayoría de los españoles aplaudía el paso al frente en la integración con Europa. Esto nos iba a ayudar a mejorar nuestra economía, el estado de bienestar y muchas cosas, que veían en el espejo de los grandes y pequeños países que constituían la Europa del momento.
Luego ha llegado el desengaño. ¿Por qué? En gran parte por la culpa de los políticos. Cuando el primer ministro o uno cualquiera de sus ministros regresa al país, después de una reunión de mayor o menos importancia, el resultado siempre es el mismo. Si los intereses nacionales han salido beneficiados, es gracias al trabajo propio, a sus únicos méritos. Cuando el resultado parece negativo, Europa no nos entiende, y nos obliga a esto o lo otro. Por lo que para los ciudadanos europeos, de Europa solo llega lo malo.
Hay que reconocer que los temas europeos son intrínsecamente indigestos para el ciudadano de a pie, complicados y poco conocidos. Pero, ¿cuántos españoles se interesan cada viernes por las decisiones del Consejo de Ministros de la Moncloa? ¿Cuántos siguen las decisiones que allí se adoptan? Porque, eso es lo que se cuece en Bruselas. Las decisiones de los ministros de Economía y Finanzas, por ejemplo, son a veces de una complejidad extrema y si no, no hay más que pensar en la regulación sobre los mercados financieros o las agencias de calificación financiera.
Hace escasos días, un colega de otra nacionalidad, ya muy experimentado en los temas europeos y que también se lamentaba de lo poco que se conoce el universo europeo, que no se conocen las reglas de funcionamiento de las instituciones comunitarias, etc., me comentaba lleno de estupor, las matanzas de las ultimas semanas en Siria y luego echando una mirada atrás me recordaba los recientes enfrentamientos y por lo tanto muertos, en Libia, Túnez, etc., o no hace tantos años en los Balcanes, de lo que los europeos hace más de sesenta y cinco años no tenemos, ya que vivimos uno de los periodos de paz más largos de la Historia. Y esto se debe a la Unión Europea. Mientras sus líderes se reúnan para cenar, aunque sea a las tantas de la noche, es muy probable que luego no se hagan la guerra.
De todas maneras como decía este funcionario del relato no hay temas no interesantes, el trabajo de los periodistas consiste en incitar a sus lectores, por su talento y su pertinencia, a hacer leer algo que a primeras luces no parece que vaya a interesar al lector, aunque hoy día también tiene que luchar contra su redactor jefe, dominado por la audiencia y por las ventas de su periódico, que exigen temas cuanto más frívolos mejor.
Hay dos culpables y no solo uno, de los problemas de comunicación de los temas comunitarios. Por un lado, los periodistas que no somos capaces de hacer llegar, primero a la redacción temas interesantes para explicar a lector lo que ocurre en Europa, en segundo lugar a los lectores, para hacerles comprensible lo que a veces no lo es tanto. El segundo culpable es la ausencia de cultura general sobre temas comunitarios, de los españoles y en general de los europeos. Pero esto se debe a que en las universidades o las grandes escuelas, o incluso en los estudios de bachiller, no se explica la dimensión europea. Un día Europa saldrá de la marginalidad de los estudios, de los medios de comunicación y entonces los lectores, los teleespectadores y los oyentes, tendrán el corazón abierto a lo que pasa en Europa y les será mucho más fácil comprender “lo que pasa en Bruselas”.