Seguramente al leer este titular se pondrán ustedes a cantar la canción de Juan Luis Guerra “Visa para un sueño”. Lo que les voy a contar sucedió a las cinco de la mañana, pero no fue ningún sueño, fue una auténtica pesadilla. Les voy a situar, no sucedió en España, fue en República Dominicana, en un pequeño pueblo de 25.000 habitantes, en el este de esa bella isla que comparte con Haití: Santa Cruz de El Seybo, en la provincia de El Seybo. Allí voy de voluntariado en los últimos años, con los dominicos.
En la madrugada del 5 de septiembre, a las cinco de la mañana, sin previo aviso, sin explicaciones, sin ninguna orden y con excavadoras, cientos de policías desalojaron a más de 60 familias dominicanas de sus humildes viviendas, viviendas de hojas de zinc. Las excavadoras entraban en las casas, sin preguntar. Los policías ordenaban que salieran, golpeaban la puerta con sus armas para que lo hicieran de inmediato. Salían con lo puesto, sacaban a los niños deprisa y corriendo y ayudaban a los ancianos. No entendían nada. Estaban durmiendo y les sacaron de sopetón. Las excavadoras no esperaban. Lo destruyeron todo, hasta la iglesia, no dejaron ni la iglesia. Con una media de diez minutos por casa arrasaron las viviendas de estas familias, que se han quedado en la calle.
Llegué a El Seybo a los tres días de este tremendo suceso. Acompañé al misionero dominico Miguel Ángel Gullón a visitar a estas familias. Me encontré con un paisaje desolador, me encontré con la tragedia en vivo y en directo en el barrio de Villa Guerrero, en Los Solares. Bajo los escombros buscaban alguna pertenencia. Se veían restos de muebles, zapatos, ropa o juguetes. También buscaban amparo, amparo que este misionero asturiano les da. Se encuentran como un “pájaro sin nido”.
Vivían ahí porque el ayuntamiento lo permitió, les permitió construir su humilde vivienda, a la espera de una de las cincuenta casas que construyen en la zona para ellos, o para una gran mayoría. Unas viviendas muy sencillas, pero no hay papeles, no hay nada registrado
Pasan los días, pasan las semanas y ningún responsable público les da explicación. Ninguna institución social se interesa por ellos. Ninguna autoridad habla con ellos. Como si no existiesen. Hicieron una caminata para hacerse visibles, “Caminata por la Dignidad”. Recibieron la solidaridad y el apoyo de los vecinos, pero nada más. Nos hacemos muchas preguntas, por qué, quién dio la orden, quién gana, si no podían haberlos trasladado a otro lugar… y todas las cuestiones que se les ocurran. Vivían ahí porque el ayuntamiento lo permitió, les permitió construir su humilde vivienda, a la espera de una de las cincuenta casas que construyen en la zona para ellos, o para una gran mayoría. Unas viviendas muy sencillas, pero no hay papeles, no hay nada registrado. No tiene nada que ver con nuestro sistema tan regulado. Ni siquiera quienes tienen una vivienda social al lado del lugar del desalojo tienen su casa registrada, les han dado la vivienda pero no tienen ningún documento que diga que es suya.
Se sienten solos y abandonados en esta isla de la que tenemos la imagen del hermoso país que es. El único apoyo que reciben es el del misionero dominico Gullón, siempre al lado de quien lo necesita, de quien más lo necesita. Dicen que tienen a Dios y a Gullón. Les ofrece el micrófono de Radio Seybo, la radio que dirige, una radio que lucha por la dignidad desde hace 51 años. Ofrece el micrófono también a la población, para que ayude. Dice que no podemos ser indiferentes, que hay que luchar para que haya justicia. Y pide a Dios que perdone a quien “maquiavélicamente” haya tramado esta actuación nocturna.
No nos imaginamos lo que es que te dejen sin casa, y menos de la noche a la mañana, de madrugada, que está prohibido por ley, por la fuerza, sin previo aviso y sin ninguna orden. No lo sabemos. No podemos ponernos en su lugar por mucho que les acompañemos y nos solidaricemos con ellos. Incluso transmiten calma, aunque la procesión va por dentro. Me llamó la atención el caso de Marilyn y César, van a cenar todas las noches bajo el árbol que estaba al lado de su casa. Les da paz. También el caso de Luis, un hombre de 78 años que vive solo, y que se ha quedado allí bajo la única protección del cielo. Vive sobre dos colchones en una cama de madera, tapado por hojas de zinc. No quiere irse, tiene miedo de que le quiten lo poco que tiene. Son ejemplos de resiliencia. Me viene a la cabeza esa canción del Dúo Dinámico… “Resistiré”…
Patricia Rosety