La guerra entre sexos es un fenómeno que colma hoy las agendas políticas de la mayoría de las democracias avanzadas. Lo que ha de resumirse en igualdad entre hombres y mujeres ante la ley y las oportunidades, se ha politizado y extremado de tal modo que sólo se puede ser mujer avanzada y moderna si se hace bajo los postulados de una parte colectivista y liberticida de la izquierda. Pero aquí, en Estados Unidos e insisto, en muchos otros países democráticos y modernos.
Esta guerra absurda ha conseguido que muchas mujeres se sientan víctimas por el hecho de serlo y otras vivan con un cierto resquemor hacia el sexo opuesto. Cuando no, organizadas por intereses varios, exigen más privilegios para nosotras que para los hombres.
Como mujer no quiero que nadie hable por mí. Soy absolutamente consciente del papel que han tenido mujeres avanzadas a su tiempo, que rompieron moldes y barreras. Ellas son mis referentes. Como heroínas son todas aquellas mujeres que en situaciones dificilísimas han sacado adelante a sus seres queridos. Creo que personas así son el ejemplo a seguir y que gracias a muchas de ellas hoy disfrutamos de nuestra libertad actual.
Pero en muchos rincones del mundo sigue habiendo profundas desigualdades cuando no acoso y violencia intolerable contra niñas, mujeres y las grandes olvidadas: las mujeres mayores. Pero a nadie le interesa hablar de ellas.
Como heroínas son todas aquellas mujeres que en situaciones dificilísimas han sacado adelante a sus seres queridos. Creo que personas así son el ejemplo a seguir y que gracias a muchas de ellas hoy disfrutamos de nuestra libertad actual
Mientras tanto, nuestras principales barreras siguen siendo aquellas que nos impiden alcanzar nuestras metas. En muchas ocasiones, la maternidad lo es. Porque es ahí donde empieza una brecha auténtica entre quienes no tienen responsabilidades familiares y mucho más tiempo para dedicárselo al trabajo que quienes sí las tienen. Es ahí donde tenemos que esforzarnos seriamente. Como en aquellas circunstancias donde quede muy claro que por el hecho de ser mujer se pierden opciones, como pueden ser aquellas tareas tradicionalmente de hombres o lugares donde aún el machismo se hace fuerte. Algo que en España afortunadamente empieza a ser residual.
De ahí a ser obligadas a manifestarse de una u otra manera, a manosear nuestra rica lengua con conceptos ridículos, a soportar filípicas y enfados de mujeres que en muchos casos viven de eso, de reivindicar que lo son, hay un gran paso que criticamos aquellas a las que nadie nos ha regalado nada por ser mujer y luchamos cada día por superarnos.
Por último, abjuro de las cuotas. Como lo hizo Margarita Salas, Clara Campoamor, María Elena Maseras, -primera mujer en matricularse en una universidad- o la mismísima María Zambrano, discípula del liberal Ortega y Gasset. Todas ellas, como tantas otras, fueron mujeres trabajadoras y con una fuerte convicción por mejorar las cosas. En otras palabras, eran mujeres ganadoras, y por eso la historia las recuerda como heroínas de las que debemos aprender cada día.
Mientras sea obligatorio asistir a cualquier manifestación, como ahora sucede con la del 8 de marzo, no iré. Soy una mujer libre e independiente que siempre he disfrutado de vivir a favor de estar en contra de las imposiciones. El feminismo es igualdad, ley y por tanto, libertad. Soy feminista si en este -hoy parece- necesario debate identitario nos acompañan nuestros queridos compañeros.
Isabel Díaz Ayuso