El coste de la guerra era imparable y aquel 29 de diciembre de 1809, el rey impuesto en España, José I, autorizó una nueva emisión de deuda por importe de 400 millones de reales «a amortizar con cargo a la venta de bienes nacionales». Y el destino, el invador. Su hermano Napoleón le obligaba a que el Estado español reconociera deudas con Francia, porque toda inyección en las arcas era poca mientras continuaba la Guerra de la Independencia con derrotas para el ejército bonapartista como la de Bailén. El episodio viene a cuento por lo que sostiene ahora el presidente del Foro Económico Mundial, Borge Brende: «La deuda pública mundial está alcanzando niveles no vistos desde las guerras napoleónicas». Todos los países implicados en aquella guerra internacional desatada por la ensoñación de Bonaparte tuvieron que endeudarse como nunca en una tendencia que, salvando las distancias, vuelve a verse ahora.
Según los cálculos de la Unctad, el conjunto de países del mundo adeuda ya más de 100 billones de dólares por primera vez y la espiral seguirá subiendo, espoleada por, entre otros, el fin de “los dividendos de la paz” y una nueva oleada de gasto militar. El Fondo Monetario Internacional estima que el conjunto del mundo alcanzará una «arriesgada» deuda del 100% de su Producto Interior Bruto a finales de esta década como media, aunque ya hay países, incluso muy desarrollados, que superan ese temerario umbral como son Estados Unidos, Francia, Italia y la propia España.
Según los cálculos de la Unctad, el conjunto de países del mundo adeuda ya más de 100 billones de dólares por primera vez y la espiral seguirá subiendo, espoleada por, entre otros, el fin de “los dividendos de la paz” y una nueva oleada de gasto militar.
Un 100% de deuda pública no implica afortunadamente la quiebra, pero sí una vulnerabilidad clara de un Estado, porque pierde autonomía -depende de la confianza de los inversores- y le deja expuesto ante una eventual nueva pandemia o crisis financiera de cualquier tipo.
Si, como en el caso de Japón o Italia, el grueso de los bonos está en manos de sus propios nacionales, o, como EEUU, la emite en su propia moneda, el problema puede ser más llevadero que para los que tienen que endeudarse con fondos extranjeros como España. Por eso se multiplican los llamamientos de todas las instituciones internacionales a los países más endeudados para realizar ajustes que coloquen su deuda en senda descendente.
En bloques económicos poderosos como el de la Eurozona, la fortaleza del Banco Central Europeo mitiga los riesgos hasta el punto de que todos los países, incluso Grecia, Italia y la actual Francia en crisis pueden endeudarse a tipos más bajos que EEUU. También atenúa que familias y empresas se han desendeudado en países como España desde la dura lección de 2008, pero todo es poco si estalla una crisis internacional de deuda. Una reciente encuesta del Foro Económico Mundial arroja que a los principales economistas jefe del mundo les preocupa más la deuda acumulada por las economías avanzadas que por las emergentes en un giro radical a lo que inquietaba en las últimas décadas.
El problema es cómo sanear las cuentas con la envergadura de los costes que se avecinan. Por un lado, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, es clara: «El tiempo de las ilusiones ha terminado… Europa debe responsabilizarse de su propia defensa… necesitamos un aumento en la defensa europea, y lo necesitamos ya mismo». Por otro, el Mario Draghi, cifra ya en más de un billón de euros lo que la UE debe invertir cada año en mejorar su competitividad si quiere sobrevivir ante la pujanza económica de EEUU o China. La maquinaria de recaudación fiscal no es infinita y perjudica además a los países que, como España, necesitan atraer inversión para poder converger algún día en renta per cápita con los más prósperos de la UE.
Uno de los graves problemas de Napoleón para financiar su guerra era la ruinosa imagen de Francia para poder colocar deuda tras la Revolución de la toma de la Bastilla. Sin posibilidad de emitir como Reino Unido, que podía endeudarse para pertrechar al general Wellington, Napoleón sólo podía contar con los impuestos de sus súbditos o saqueos de territorios conquistados, según el estudio de Michael D. Bordo y Eugene N. White. «Cuando un gobierno depende de los banqueros, son ellos quienes controlan la situación, ya que la mano que da está por encima de la mano que recibe. El dinero no tiene patria; los financieros no tienen patriotismo ni decencia; su único objetivo es el lucro», escribió furioso Napoleón. Conviene sanear cuentas por si llega un Waterloo financiero. En el militar, Bonaparte echó el resto y llegó a la batalla con 75.000 soldados. Terminó con menos de 40.000.
Carlos Segovia