Se pueden imaginar lo grato que es para el Consejo de Estado estar en una sala como esta, plagada de hombres y de mujeres todos juristas prestigiosos en el auxilio continuo del Estado de derecho de nuestra importante democracia. Lo grato y lo cómodo que supone para mí en este caso y de manera completamente despersonalizada recoger este premio.

Ahora tocaría decir aquello muy modesto, aunque falso casi siempre, del no nos lo merecemos. Tengo que decir que el Consejo de Estado sí se merece el Gumersindo de Azcárate. Se lo merece de todas todas porque se entrega, querida decana, muchas gracias, a casi 500 años de historia. Somos el hilo conductor de este país, y lo somos con circunstancias muy diferentes, avatares muy complicados, pero en cualquier caso permaneciendo siempre. 

Somos el Consejo de Estado más antiguo del mundo, el más antiguo de Europa, y hemos generado una extraordinaria e imprescindible labor para la tranquilidad de este país a lo largo de cinco siglos. Es el mérito de mucha batalla continua, de mucho trabajo que hoy representan los consejeros, las consejeras, los letrados y letradas, el resto del personal que abre cada día el Palacio de los Consejos y que para mí es una suerte inmensa poder presidir. Ya ven que estamos casi todo el Consejo de Estado aquí en diferentes mesas, lo que les puede dar a todos ustedes la medida de la gratitud que sentimos, y también por qué no, del orgullo que sentimos de ser un eslabón más de esa cadena de casi 500 años. 

El Consejo de Estado de alguna manera, si me lo permiten, se parece a la vida y a la obra de don Gumersindo de Azcárate. Él aunaba bastante bien esas dos caras de la misma moneda con la que por fin vivimos en democracia, que es el derecho y la política, dos caras de lo mismo. De las decisiones que se toman con arreglo a ley para convertirse justamente en Ley y permitirnos la convivencia. Ese “mix” tan interesante que don Gumersindo personificó en su vida, en su tiempo, en sus logros, es también de alguna manera la historia del Consejo de Estado. Son personajes de extraordinaria relevancia jurídica pero también política los que han ido conformando y jalonando cinco siglos, para seguir haciendo cinco siglos después lo mismo que el primer día cuando Carlos I, Carlos V, crea el Consejo de Estado y dice, en términos actualizados, que necesita un contrapunto, una mirada externa a su omnímodo poder para la gobernanza, vastísima gobernanza, de casi veinte millones de kilómetros que era el Imperio Español. Que hacía falta un contrapeso diferente del suyo para poder tomar decisiones. 

“Somos el Consejo de Estado más antiguo del mundo, el más antiguo de Europa, y hemos generado una extraordinaria e imprescindible labor para la tranquilidad de este país a lo largo de cinco siglos”

500 años después hacemos exactamente lo mismo. Somos un contrapunto del Gobierno legítimo de nuestro país en cada momento, justo para antes de tomar la última decisión en sede del ejecutivo o en sede del legislativo, y después de ser también filtrada por el tercer poder del Estado, el poder judicial, hacer advertencias, líneas diferentes o, en cualquier caso, literales modificaciones. Esa sigue siendo nuestra tarea en un formato que, si me permiten, diré mejorado cada día, porque la relevancia del Consejo de Estado no solamente está en algunos siglos espectaculares, sino que creo que de manera completamente brillante está cubriendo el tramo más brillante de la historia de este país que son pronto casi 50 años de democracia, de convivencia, de modernidad política, de entronización del Estado de derecho, de la ley y bajo su imperio la convivencia políticamente diversa de los españoles, de España.

Y en ese entramado que supone nuestra historia reciente, como decía el ministro, el artículo 107 de la Constitución vuelve a colocar al Consejo de Estado en un lugar verdaderamente determinante. La reputación de la que habitualmente se habla del Consejo de Estado es un activo, es una fortaleza del Consejo de Estado. Pero la reputación no son laureles en los que dormirse, es el trabajo sesudo, tranquilo del cuerpo técnico, de los consejeros y consejeras electos, natos, y diré que el mayor peso de la carga de trabajo es el de los consejeros y de las consejeras de la Comisión Permanente.

Me van a permitir también que comparta una reflexión que me hago a mí misma, que creo que en algún momento he compartido con algún consejero o consejera, y es que en un mundo digamos que diferente, convulso, extraño, este que nos ha tocado vivir en cualquier lugar del planeta, resulta a contra mano y muy benéfico ver a un órgano que se toma el tiempo para debatir minuciosamente coma, punto, frase, palabra, y volvemos una y otra vez hasta que, a nuestro juicio, siempre imperfecto, un dictamen queda pulido. Muchas veces pienso que si nuestros compatriotas nos vieran sobre todo cada jueves durante tres, cuatro o cinco horas puliendo dictámenes que ayudan al Gobierno que sostiene una mayoría electoral de nuestro país, habría mucha tranquilidad. Habría mucha tranquilidad porque gustándote o no el Gobierno de turno, gustándote o no las leyes que rigen nuestras vidas, tranquiliza mucho saber el rigor con el que el Consejo de Estado se esfuerza para que quepan, como no puede ser de otra manera, en nuestro ordenamiento constitucional. 

“Creo que de manera completamente brillante el Consejo de Estado está cubriendo el tramo más brillante de la historia de este país que son pronto casi 50 años de democracia, de convivencia, de modernidad política, de entronización del Estado de derecho, de la ley y, bajo su imperio, la convivencia políticamente diversa de los españoles”

Daría mucha tranquilidad, se nos entendería muy poco en la jerga que utilizamos, pero daría mucha tranquilidad a lo que más importa de un país, que es la convivencia social. A eso nos dedicamos. Y este premio, que repito el Consejo de Estado se merece, y que yo tengo la enorme suerte de poder convertirme en una modesta portavoz de todos los demás, lo va a utilizar para seguir haciéndolo, para seguir reclamando a los mejores hombres y mujeres jóvenes a que vayan al Consejo de Estado de letrados y de letradas a aprender mucho de los letrados y letradas, nuestros mayores y veteranos, porque lo han visto casi todo, y porque no hay democracia sin seguridad jurídica, y porque la seguridad jurídica en muchas de sus derivadas depende de la calidad del trabajo que hacemos en el Consejo de Estado.

Así que, querida decana, el Gumersindo de Azcárate será para nosotros cada día ese reto que nos ponemos en que no se nos pase nada inadvertido, en que nuestros dictámenes sean luego foco que ilumina muchas otras decisiones jurídicas de nuestro país. Y nos produce una gran satisfacción, a veces casi cada semana, ver como una sentencia o cualquier otro pronunciamiento jurídico nos cita, y nos cita como fuente de acierto, nos cita como fuente de equilibrio entre la realidad que se regula y la regulación que se hace sobre esa realidad. 

Nos sentimos, lo diré en términos muy tópicos, muy orgullosos de ser ahora el Consejo de Estado de España en este momento de nuestra democracia porque le aportamos serenidad, rigor y tranquilidad a un país extraordinario, al que todos servimos de la mejor manera que podemos, y nosotros lo hacemos con mucho orgullo acercándonos a los 500 años. Gracias.