Hasta los analistas económicos que más se empeñan en ver nuestra situación con optimismo creen que la crisis económica que late en el subsuelo del sistema productivo español es gravísima, y que se acerca mucho más a la que España sufrió a consecuencia de la Guerra Civil que a la crisis financiara global de 2008. Como todo, la salida y recuperación post crisis depende de las medidas y de la determinación a la hora de adoptarlas. Y no parece que estemos en el camino. Tenemos un Gobierno, a mi juicio radical, que ha decidido en tiempo récord imponer una agenda rupturista: con la Transición, con el modelo económico, y con la libertad democrática. Vivimos una crisis económica que es un “tornado” de tamaño gigantesco que arranca de raíz el sistema productivo, al tiempo que el ejecutivo se empeña en gobernar contra “la mayoría del consenso”, parafraseando a Nicolás Redondo y a golpe de 33 Decretos Ley en los 10 meses de legislatura.
Las implicaciones de la crisis económica sobre nuestra sociedad son obvias: el desempleo, real o camuflado ha llegado ya a cotas insoportables; gran parte de nuestra infraestructura económica está siendo destruida; el gasto público se ha disparado a niveles que todavía no percibimos con nitidez. Parece que la sociedad española ha puesto todas sus esperanzas en la ayuda europea, y sólo en ella. Los fondos que van a llegar serán imprescindibles, pero no sería un error creer que funcionarán como la varita mágica del hada madrina: pronunciadas las palabras adecuadas, apuntando en la dirección debida, todo se habrá arreglado. Son una ocasión para que la sociedad española tome conciencia de la situación, reflexione seriamente sobre las reformas imprescindibles para salir adelante con bien y decida trabajar infatigablemente para superar una realidad verdaderamente endemoniada.
Y todo ello exige una mesa. Una mesa en la que se sienten los partidos políticos, empresas y sindicatos, y las mejores inteligencias de las que dispongamos. Tendremos que hacernos preguntas difíciles y buscar respuestas veraces. ¿Qué es lo que funciona mal en España? La burocracia estatal, las burocracias autonómicas y locales, la regulación que inunda todos los sectores, la educación, la sanidad, el sistema impositivo, la falta de digitalización en pilares fundamentales de la sociedad: sanidad, justicia, educación. ¿Qué prestaciones sociales debemos reformar para que sean sostenibles? ¿Qué debemos cambiar de todo ello? ¿Qué incentivos debemos mantener y cuáles debemos modificar?
La mera existencia de esa mesa requiere un cambio de prioridades en los actores. El Gobierno tiene que sustituir su muy natural objetivo de sobrevivir para que sobreviva la Nación. La oposición debe aparcar su muy sana intención de sustituir al Gobierno, y abrazar, por el momento, la única necesidad urgente de contribuir a la salida de la crisis. Empresas y sindicatos deben dejar de pensar en mañana y contribuir al diseño de una economía próspera para la próxima década. Y los mejores de entre nosotros tienen que regalarnos su inteligencia, sin esperar a cambio más la recompensa de trabajar por el bien común. Lamentablemente creo que los que gobiernan están en ver como mantienen un ejército de parados –subsidiados-, y la oposición en esperar a que el país vote. Los empresarios están en “tener las calles tranquilas” lo que es de hecho una garantía de que nuestra libertad de voto está secuestrada en favor de partidos izquierdistas y radicales “para que haya paz social”. Y lo verbalizan: “mejor con éstos en el gobierno y no hay lío”. Tremendo.
Un actor político habló el otro día de aprovechar el momento para conseguir avanzar en algunos derechos sociales, y citó la semana laboral de cuatro días. Ese es, exactamente, el modelo de lo que no necesitamos. Quizá no sea momento para esperar de los españoles sangre, pero ciertamente vamos a tiene que poner mucho sudor y algunas lágrimas. Necesitamos trabajar más y mejor. Aunque no nos hayamos dado cuenta aún, hemos perdido prosperidad, bienestar, comodidad. Ahora se tratará de volver a construir la sociedad que nos haga tan productivos como para volver a disfrutar de todo ello.
Una última reflexión se refiere a lo que no debemos hacer. Por razones personales, estoy muy involucrada con la Educación Especial. Lo que está ocurriendo en estos momentos es el contraejemplo de los que necesitamos. Abandonemos los planteamientos ideológicos y divisivos. No malgastemos tiempo en arreglar lo que funciona. Fomentemos, en todo, la libertad de elección, y dejemos de concebir a los ciudadanos como niños pequeños a los que hay que llevar a rastras a donde no quieren ir. Necesitamos mucha libertad y mucha responsabilidad. Las que yo reclamo para los padres de niños con necesidades especiales son las mismas que necesitamos para superar esta situación. Espero que no se trate de un sueño, sino de una espléndida realidad que podamos celebrar en el próximo número de esta revista.
Pilar García de la Granja