Quien ideó la coreografía de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de Barcelona no introdujo sólo color y movimiento. También contenía un alegato a favor de la parte del cuerpo humano que más ha contribuido al progreso de la humanidad, las manos. A diferencia de otros animales, el hombre ha conseguido diversificar hasta niveles desconocidos las funciones de sus extremidades superiores. Desde la formación de los aros olímpicos por grupos de sardanistas, hasta el lanzamiento de la flecha del arquero Rebollo que encendió el pebetero, pasando por las escenas de remeros creadas por La Fura dels Baus, aquella tarde de julio se reivindicó la fuerza de las manos como las mejores colaboradoras del cerebro.
Recuerdo este hecho al releer la enseñanza clásica de uno de los mejores teóricos del diseño en España, el arquitecto Juli Capella. Desde la Edad de Hierro el hombre ha sido capaz de desarrollar múltiples aplicaciones de un cilindro metálico. Con un poco de grosor, terminado en plano por uno de sus lados y en punta el otro, tenemos un clavo, básico en la construcción. Si es un cilindro más fino, con un pequeño ojal en una punta estamos ante la aguja de coser, sean tejidos o el propio cuerpo humano. Perforado por su interior, la aguja hipodérmica. Con una bola en un extremo, el alfiler, y si es una chapita, la chincheta. ¿Y si lo doblamos? Según cómo, aparece la grapa, el anzuelo de pescar, o uno de los objetos más reconocidos por su diseño sencillo y utilidad: tres vueltas de un alambre de diez centímetros sobre sí mismo crean el clip.
Debería bastar, para reconocer este daño a la industria, que los objetos plagiados generan pérdidas a las empresas creadoras por valor de250.000 millones de euros anuales, el 10% del comercio mundial
Nadie ha reivindicado la paternidad de cualquiera de esos inventos que nos acompañan en la vida diaria. En todo caso, conocemos algunas marcas que los fabrican. Pero de ahí no se puede inferir otro razonamiento cada vez más extendido, que copiar es legítimo o, cuando menos, inevitable. Algunos, incluso, dicen que el plagio es una expresión de adulación hacia el creador, o una necesaria iniciación para acabar creando otros originales. Hace unos años, un grupo de creadores industriales organizaron una exposición con un nombre original: COCOS, siglas de “Copia” y “Coincidencias”. Ahí estaban la aceitera de Rafael Marquina, Chupa-Chups, la fregona… Los franceses se lo han tomado mucho más en serio y desde el pasado verano, antes de iniciarse las vacaciones masivas, se emite un anuncio con el lema “contrefaçon, non merci” (Plagio, no gracias) en las que se advierte de que quien sea pillado a la vuelta con productos pirateados (los “trolex”) pagarán una multa equivalente al doble del precio del producto original. Simplemente, se trata al objeto plagiado como un robo. Es comprensible en un país con marcas de ropa de proyección mundial (Louis Vuiton, Hermés, Chanel, Lacoste). Debería bastar, para reconocer este daño a la industria, que los objetos plagiados generan pérdidas a las empresas creadoras por valor de250.000 millones de euros anuales, el 10% del comercio mundial.
Quien crea que, pérdidas aparte, no hay para tanto, debe saber que el vicio del plagio se ha extendido a otras actividades que atentan directamente a la seguridad de las personas. Por ejemplo, las falsas piezas de recambio de coches, indistinguibles de su original, pero de peor calidad y que causan accidentes. O lo peor: las miles de falsas pastillas contra la malaria que se fabrican en Rusia o China con destino a África. El descaro es tal, que alguno de esos medicamentos lleva la indicación de que está prohibida su venta en el país de origen.
De vuelta al clavo, si lo imantamos tenemos una brújula, objeto ideal para los desnortados que aseguran que la propiedad no merece ser protegida con todas las de la ley: Para eso tenemos un cerebro y dos manos y un largo trayecto de innovación por recorrer.